Una de esas tranquilas y serenas tardes de otoño estaba yo en la puerta de casa disfrutando el tibio sol que bañaba mi rostro y mis pensamientos, cuando comencé a observar a un grupo de gorriones que con sus saltos parecían juguetear como niños en recreo.
De repente uno de ellos se separó del grupo, y comenzó a levantar vuelo, alto, muy alto, girando en círculo hasta que se perdió de mi vista en las alturas.
Aquello era un hecho poco común y visto por primera vez por mí, por lo que quedé pendiente de ver los resultados de tal fenómeno.
A los pocos segundos se sintió un breve ruido, y el pobre gorrión cayó desde lo alto con su cerebro destrozado quedando tendido en la vereda.
Al verlo recordé que hacía pocos días había leído un artículo sobre el suicidio en animales y comprendí que esa era la forma en que se suicidaban los pájaros, pero también logré entender en ese instante que hay hombres en nuestra sociedad a los cuales se les destroza el cerebro y el corazón como a aquel gorrión, cuando suben de status, más alto de lo que su naturaleza les permite.