Cuando en las noches más inquietas, el insomnio me acecha llenando el espacio de incertidumbre, con pensamientos molestos y repetitivos, aquel tocadiscos de acetato, repite vorazmente su melodía fantasmal, sobre la piel rallada de mi subconsciente, la noche se torna caliente y húmeda, la brisa y los árboles, se tornan rebelde y callados sin vida solo queda el zumbido mental del silencio que me hace compañía.
Mi consiente, cae repentino, como luces que parpadean a lo lejos accidentadas, de mi esencia gastada, cansado, el sueño vence a la necedad de mi mente que se apaga, quizás en algunos instantes, he despertado y recaigo dentro de un sueño, todo se torna lento, y un agudo, el silencio se apodera del momento.
En mi hipnica caida, siento pasar una sombra furtiva en la oscuridad y trato de moverme, pero mi cuerpo no responde, el miedo me acosa, se apodera, sé que puedo ver y hablar, sin embargo, nada de ello funciona; la sensación de eso, desconocido se va apoderando de mi cuerpo y se torna pesado, lucho en aquella pesadilla y trato de gruñir o mover mis dedos.
Estoy dormido, sé que estoy despierto, pero aun dormido, en ese mundo sórdido, brumoso y oscuro. Rasguño la tela de la cama repetidamente y trato de hablar o gritar y todo es inútil, infértil.
Hasta que poco a poco, voy recobrando mis sentidos y despierto, agitado y mirando en la oscuridad de la habitación, solo eso, eso, eso... aun dormido en un coma abismal, de aquel engaño mental. En el medio del velo, claro y oscuro. En el fondo de la habitación, él me observa con sus pupilas amarillas dilatadas, sin parpadeo, mi felino de pelaje negro...