Irrumpe el silencio caribeño el sonar de tambores en la noche de San Juan. Los pescadores se hacen a la mar. El candil de los peñeros aparece como enjambre de luciérnagas ante los ojos de la pequeña Geraldine que disfruta de tan inusitado espectáculo.
Ella los ve cuando se alejan hacia la imaginaria franja que dibuja el horizonte. Una trasnochada gaviota cruza el espacio en raudo vuelo rumbo a los arrecifes. Al amanecer ya sólo se escucha el melancólico sonar de una guarura.