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En ese barrio de mis desdichas existía un pequeño parque con artefactos para el juego de los niños: pasamanos, columpios, tobogán, sube y baja y una rueda de esas en que se montan seis o siete niños y se les da vueltas. Siempre pensé que la finalidad era hacerlos gritar y marear y aun sostengo mi hipótesis.

Cualquier tarde llegó la señora Felisa, un alma de Dios, y vio a Querubín peña dándole vueltas a la maldita rueda en la cual giraba un solitario niño, agarrado al eje central con sus dos bracitos. Era un niño de la calle, de esos que deambulan por los pueblos sin padres que los protejan y duermen en donde los alcance el sueño.

La buena señora, al escuchar los gritos y el llanto del pequeño le dijo a nuestro amigo:

- ¿Hola Querubín, no le de tantas vueltas a ese niñito, no ve que de pronto se vomita?

- Tranquila señora Felicita –respondió el descarado- ya vomitó tres veces.

 

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