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Yo la quería con toda el alma, mejor dicho, estaba convencido de que no podría sobrevivir sin su presencia y le entregué, además de mis sentimientos, todo lo que tenía, incluyendo la casa, el carro, los ahorros de toda la vida y las tarjetas de crédito.

Ella me quería, lo sé, me lo demostró en muchas formas, hasta el maldito día en que no pude comprarle el anillo de diamantes que tanto anhelaba. Lloró como una Magdalena por la desilusión y me hizo sentir miserable hasta el punto que le juré, por lo más sagrado, matarme trabajando para poder darle gusto. Aceptó mi ofrecimiento en medio de sollozos y llanto pero me dio un plazo perentorio. Pero, hasta entonces, no podría presentarme ante sus ojos.

No pude cumplir lo prometido y retorné a lo que creía mi hogar. La casa estaba cambiada, claro, pertenecía a otra familia y ella, se fue con su amor, el carro y todos los enseres.

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