Hace unos días me senté en un banquito de cemento en el parque de una escuela bajo el abrigo de un esplendoroso y amigable árbol que me brindo una excelente sombra, allí estuve un largo rato meditando y observando sus raíces su piel robusta, agrietada por el tiempo, esas conchas se asemejaban a la piel de un anciano de ochenta años o más, pero con la diferencia de robustez y fortaleza interna y llena de vida, miles de hojas verdes que van y vienen en constantes temporadas, cuantas historias se habrán tejido alrededor de ti, amores y desengaños, canciones de niños, juegos y tantas cosas más. Por un instante cerré mis ojos y me deje llevar por la paz, el sonido que emitían sus hojas al paso del viento en su frondosidad, la luz difuminada que se deslizaba en lo alto de sus ramas, allí solo éramos él y yo sórdido del exterior en relax sin estrés, sumergido en la naturaleza entre la tierra el árbol y yo.