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CITA CON…

…UN MAESTRO

La humanidad hastiada ya no sabe qué hacer; en su locura por el cambio pretende construir un nuevo mundo sin normas ni leyes porque la justicia murió cuando el bien perdió.  Confundida y confusa me dispongo a evadir esta absurda realidad para asumir la nítida verdad de Sentisemo.

Hoy circula mucha gente por mi sagrado lugar, según el ir y venir de tantas personas intuyo que hay algún acontecimiento importante.  Esto me alegra y me dirijo a informarme para participar.  ¡Me encantan los eventos en Sentisemo!

Al llegar al punto de la congregación me entero que el evento se llama “CITA CON...”, enseguida hay una serie de opciones para escoger la personalidad con quien cada uno quiera tener un encuentro.  De lejos diviso el nombre de mi elegido.  Hay muchas personas en las filas esperando el momento para entrar a su cita preferida.  Yo no tengo que hacer fila, nadie más ha seleccionado mi opción “…UN MAESTRO”.

Entro por un iluminado sendero, alcanzo a visualizar al fondo un enorme espejo en el cual puedo verme reflejada; de repente percibo que alguien camina a mi lado izquierdo, pero no se deja observar en el espejo.  No sé en qué momento empezó una extraña charla que me dejó muda de vergüenza y sin argumentos para controvertir.

Cuando mi acompañante se refiere a mis juicios de valor, a mis creencias e ideales pienso ilusionada en Jesucristo… angustiada busco mi consciencia y la descubro agazapada en un rincón… acobardada, ni siquiera me miraba.

Sin mucho orden, recuerdo algunas cosas que me dijo:“…nada se puede evitar porque solo sucede lo que tiene que suceder; que ninguna persona tiene autoridad moral para emitir algún juicio porque el Ser Humano desconoce los pensamientos de Dios y, por ende, ignora su linaje.  Que nadie tiene la pureza suficiente para hablar del malo, del mentiroso, del criminal, del ladrón…”

Ladrón? Al oír esto, de inmediato saltó mi consciencia envalentonada y acusadora obligándome a revivir aquella inolvidable experiencia.

  • Febrero 16 de 2019, sábado, 7:02 P. M., hago fila para tomar el transporte urbano, llega mi ruta, veo unas dos o tres personas de pie en el bus que llega; delante de mí sube una muchacha y se baja de inmediato, al parecer por la estrechez (después entendí); subo sin problema y me recibe la aterradora mirada de odio… de maldad… no sé (en ese momento no lo deduje) de un hombre más o menos de mi edad, vestido con camisa y pantalón blancos, de talla normal.  No lo volví a mirar durante todo el camino, aunque todo el tiempo me sentí amedrentada.  A pesar de que tengo un temperamento soberbio y arrogante, admito que ese minuto o minuto y medio que duró el trayecto a la próxima parada del autobús, fueron de angustia y pánico para mi gracias a esa única mirada del hombre que venía a mi lado izquierdo donde yo llevaba el bolso con el cierre abierto, solo cubierto con la solapa del mismo.  Cuando se anuncia la próxima estación, este hombre dice: “ya me tengo que bajar” y da un solo paso a la puerta de salida y se bajó.  En ese mismo instante, yo pienso: “! me robó… ¡”; busco en el bolso la cartera donde llevaba el dinero, documento de identificación, tarjeta profesional y las tarjetas bancarias; me cercioro que ese hombre me ha robado y comprendo que la mirada era para intimidarme y que la muchacha se bajó porque él la estrechó para hacerla bajar…-.

Mientras transito por mi memoria, llego al lugar de mi cita: el inmenso espejo.

Cohibida y temerosa evito mirarme en el espejo, sin embargo, de nuevo mi consciencia se hace presente obligándome a levantar mi vista hacia el espejo para cumplirle la cita a mi maestro.  Ahí estaba él, mi maestro, el l a d r o n… y se repitió la historia: No lo volví a mirar… ¡Inolvidable!

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