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EL AMOR VERDADERO SOLO SON CENIZAS AL VIENTO

El amor profundo, que hiere el corazón en lo más íntimo, que casi nos quita la respiración, la pasión de los Dioses, colosos que no pueden ser ajenos a ese sentimiento tan vulgar como el amor.

Se puede morir por cualquier cosa: por la ira, por la pasión, por el honor, por la venganza, el odio, la misericordia, la piedad, todo pude ser una justificación, pero solo el amor es la justificación suprema, totalmente irracional, sin nada que lo justifica o explique, solo el amor, eso que nos impulsa a lo desconocido, a la muerte si es preciso, nada de toda la naturaleza humana lo supera: ni siquiera el odio, que es poderoso. Nada.

Los oficiales de la Gestapo entraron sin pedir permiso en ese humilde hogar polaco. Solo buscaban judíos, enemigos mortales del nuevo orden.

Sus botas de cuero nuevo y brilloso, crujieron en ese piso lapidado por el tiempo. Sus armas apuntaron en todas direcciones, aunque solo una anciana y su hija estuvieran al frente de ello.

Las dos mujeres se arrodillaron, como presintiendo su destino. Agacharon sus cabezas en signo de sumisión. La Gestapo no confiaba en nadie, así que en alemán las intimó:

― ¿Dónde está ese judío?

― No hay judíos aquí ―respondió la más joven.

Los soldados revisaron todo el lugar, sin encontrar nada.

El oficial se apuntó en la cabeza y le interrogó:

― ¿Dónde está ese judío?

―Soy ciudadana alemana. Esto es ilegítimo. Extrajo de su bolsillo el certificado de su ciudadanía. No era polaca.

―No me importa que lo que eres, si acaso eres alemana, eres una traidora por proteger judíos.

―Somos la raza superior, la que dominará el mundo: ¿y me apuntas con un arma, a una mujer que puede engendrar arios?

El oficial vio a esa mujer, sus ojos azules profundos, que con su abundante cabellera rubia, confirmaba su origen, además de sus documentos que exigió con determinación.

―Tenemos confirmación de nuestra inteligencia. Tú encubres judíos. ¡Llévenla al camión!

Una hora antes, previendo ese desenlace, introdujo un somnífero a su amante judío. Ese medicamento hizo efecto, lo arrastró hasta el sótano, luego, en un holló que previamente lo habían trabajado, lo introdujo, con ayuda de su madre. El jamás hubiera aceptado la condena de su mujer, así que ella tomo la iniciativa.

Lo amaba tanto que sabía que si la Gestapo lo perseguía, no tendría oportunidad. Si lo descubrían lo matarían.

 Ella fue introducía en ese camión de la muerte para los traidores al régimen alemán. Subió lentamente, aceptando su destino. Su madre, por anciana, la dejaron vivir y estar en esa vivienda. Una piedad sórdida.

Mientras ese vehículo se alejaba de ese lugar de amor, de ese tenue refugio de Dios, de extrema piedad, su alma se reconfortó por los intensos momentos de amor vividos. Pequeños y grandes instantes de amor. Retazos, insignificantes segundos que para dos enamorados, son eternos. La eternidad no es cronológica, sino espiritual.  

Dar la vida por amor, es lo más suprema que puede ofrecer el ser humano, aunque parezca solo cenizas al viento: ellas mueren, se desintegran, parecen desaparecer y nadie se lamenta por su existencia, pero el viento lo sabe, sabe de su valor, de lo que ha perdido, en algún momento fue algo valioso, que con la cenizas, se convirtió en insignificante: así es la existencia humana, cenizas, que luchan por ser algo que en pasado fueron, y que no son. El amor es eso, solo cenizas lanzadas al viento.

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