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Don Hermógenes era de unja familia muy humilde y trabajadora; el heredó esas dos cualidades y nada más, cuando sus padres murieron viajó a la capital y allí trabajó en todo lo que representara dinero bien habido, en unos diez años ahorró lo suficiente para regresar a su pueblo y comprar la pequeña finca que había pertenecido a sus padres; su propósito hacerla productiva y seguir ganando dinero.

No le importaba aguantar hambre, sed, frio o calor, para él lo primordial era acumular riqueza y poco a poco fue comprando las fincas vecinas y, como por arte de magia o bendiciones sus cosechas nunca fracasaban, de manera que al cabo de otros veinte años era uno de los tres hombres más acaudalados del municipio.

Nunca se casó ni tuvo hijos, la verdad nadie le conoció enredos amorosos y su única pasión era convertirse en el mas rico del poblado y, porqué no, de la región. Pero cada día estaba más delgado y enfermo. No iba al médico por no gastar lo de la consulta y comprar los remedios, sin embargo, pasaban los años y no se marchaba de este mundo. Todos los vecinos del poblado cruzábamos apuestas sobre su muerte, pero el viejo seguía respirando.

Alguna vez una comisión de vecinos viajó al pueblo vecino donde el Notario a preguntar por las riquezas de Hermógenes y, como este era conocido nuestro les dio el dato; el anciano era el ciudadano con más riquezas de la comarca. Como si la noticia viajara por el espacio, en ese momento el millonario estiró la pata… y se convirtió en el difunto más rico del cementerio.

Edgar Tarazona Angel

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