Es ahí donde los cristales crujen y se embelesan con la lluvia; canto de mil aves rojas al atardecer crepuscular, donde la hojarasca mira torbellinos falsos como enredadera de rincones vacuos un cuerpo que se desvanece en suspiros sordos.
Es ahí cuando tu voz no suena que se susurra el nombre no recordado y en ese instante vibra y sonríe y hace en cada momento del caminante de las aceras una desdicha particular; ojos petrificados que se despiertan cuando hace frío, bajo el latir constante del tronco que inamovible riega caricias acogedoras para quien no las puede, para el que se lamenta de haber perdido lo que era suyo: ratos que eran tan gratos hoy que la luna no se dormía entre el maullar de gatos que patizambos y hechos de trapo cuelgan en la azotea.
Es ahí donde busco refugio del torrente ámbar que decolora mi sufrimiento al grito atento de dos pistones que no se encuentran y se hacen bulla: te quiero por ser pequeño ante tus ojos, por ser ciclópeo para el empeño que pone el viento, que sin buscarlo vaga contento por mis pulmones; sacos de hierro fraguando entierro.
Es ahí cuando se trunca la nostalgia y pierde anhelo que ya no cesa, que se mitiga y extiende alas, se descompone y se desmartilla, se disuelve, muere y se ríe y se regenera.
Es ahí, insisto, donde los cristales crujen y se embelesan con la lluvia.
Fran Dorán©