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- Teníamos mucho en común. Nos entendíamos solo con la mirada. Mis ojos se perdían en los suyos y viceversa. La conversación fluía por si sola, nada ni nadie podía interrumpirnos. Parecíamos almas cortadas por el mismo patrón, iguales en materia y simetría. Como dos gotas de agua, como dos peces aleteando en el mismo cauce. Pero al besarnos la canción se desvaneció, vino el desconcierto; supe entonces que nuestros corazones hablaban un idioma diferente. El mío ponía las comas donde en el suyo imperaban los puntos. Y contra esto no se puede luchar. Cupido no tiene suficientes flechas para ponerle remedio. Y solo queda mirar ahora hacia otro lado y esperar paciente que sea el amor quien nos encuentre a nosotros.

- Siempre he sabido que eres un tío raro. - Dijo Raúl encogido de hombros y frunciendo el entrecejo. Por una parte me miraba sin extrañarse por el desconcierto del relato, sabía que la chica que se fijara algún día en mi debería ser al menos ciega y sorda. Pero por otra, alucinaba por esta primera declaración que le confiaba después de tantos años de amistad, una amistad basada mayoritariamente en escarceos discotequeros y sobredosis de cocaína. - Un tío solitario a veces divertido, a veces egocéntrico, y muchas otras tantas un hijo de perra sin conciencia.

- Gracias. - Respondí con sorna aunque me removí inquieto en el banco del parque en el que fumábamos nuestros últimos cigarros antes de dejarnos llevar por la vida sana. Detrás, desde un bar de copas con la puerta abierta para que nadie se asfixiara con el humo del tabaco, nos llegaba como el susurro de la brisa marina Knockin on heavens door, la versión de los Guns n’ Roses.

- De nada. Creo que el accidente te fulminó y ahora intentas volver por la puerta grande. Desengáñate, la cagaste. Solo encontraras acceso por la trasera.

- Joder, vaya ánimos. ¿Y que me recomiendas entonces, señor Perfecto?

- Que te olvides del amor. No estas preparado para responsabilizarte de nadie. Eres un fantasma del pasado, una cortina de humo que flota sin rumbo, alguien que perdió hace tiempo la esperanza por nada. - Los ojos de Raúl los recordaba pardos, como dos avellanas salpicadas de dulzura aunque se tratase de un hombre. Ahora parecían dos manchas rojas venidas del infierno. - No eres más que un punto en medio de un desierto apocalíptico. Empieza a trazarte ese algo que perseguías antaño con el sudor de tu frente y las lágrimas del reproche. Quizá lo entiendas mejor con tu lenguaje urbano; al carajo, cúrratelo desde cero. Es lo que Dios ha querido regalarte.

- Bueno, no esperaba tantos cumplidos viniendo de ti pero tal vez lo intente. Al menos me ayudarás, ¿no?

- No, debes hacerlo solo. Yo no puedo volver. Pero, hazme un favor: dile a mi madre que siempre tuvo ella la razón. Me equivoqué y por orgullo no quise cambiar.

(Raúl Morientes, fallecido el 12 de diciembre 2007
 en Barcelona por accidente automovilístico).

Ted Gallagher

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