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Mi querida amiga, me has pedido te cuente, te muestre y haga sentir un día junto a mi costa atlántica en el invierno austral. Ello me hace dejar fuera a mis otros lectores que se asomen a mi ventana, en quienes confío que con un guiño cómplice, sabrán comprenderme.

Inmensa tarea me has encomendado, mi dulce niña!

Cómo describir la luminosidad refulgente del cálido sol invernal?

Cómo he de poner en tus soñadoras pupilas aunque sea sólo una pincelada  del brillante azul celeste que tiñe el límpido cielo que abrazan mis ojos?

Cómo contarte la admiración asombrada que causa en mi, aún y siempre, el infinito arco de Portezuelo, bañada su ancha playa por el calmo manto azulado del mar, que mi vista quiere retener un instante para enviártelo?

Cómo hacer para describir la sensual brisa recorriendo mi rostro?

De qué forma, mi etérea ninfa, he de poder poner en tus tiernas narinas el áspero aroma del mar, que llega a mi hasta la altura compartida con las ondulantes aves en el lomo de Punta Ballena?

Podrán mis palabras transmitir a tus expectantes oídos el chisporroteo de los sabiás y teros con fondo susurrante de la rompiente marina?

Y de qué manera hacer llegar a tus sentidos el rumor del agua del arroyo que baja nerviosa entre piedras, cortejada por nuestros cómplices sauces, rumbo al rumoroso regazo que le espera?

Acaso debería recurrir a las fotos, pobres copias de lo vivido, carentes ellas de sonidos y movimientos?

O tal vez debería registrarlo en vídeo, deslavado remedo del vivir, carente de aromas y sabores, sin los cuales podré nunca hacerte partícipe de mis vivencias?

Me temo, tierna ausencia, que sólo han de quedarme mis desnudas palabras, frágiles y tímidas, para acometer el vano intento de poner en tus mágicos ojos, tus tiernas manos, tus anhelantes labios, todo eso que guardo como un tesoro destinado a ti, en el cofre abierto de mi sangrante alma, sufriente de inevitable distancia.

Nada más puedo, cara amiga, antes de caer en la dolida melancolía  que comienza a abrazarme. Antes que ello suceda, permíteme que coja en la palma de mi mano una poca de todo ello y os lo envíe a través del viento

A vuestros pies, su rendido corresponsal.

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