MORIR
Luces que parpadean para un buen anochecer. Apenas le quedaba respiración en su última llamada, cumpliendo el ritual de despedirse de sus queridos antes de irse de viaje. Los recuerdos se vuelven repetitivos en esta ciudad, donde su frío interioriza la enorme distancia entre los afectos, mientras deseamos despertar de tiempos presentes y ver que alrededor nada ha cambiado, y disfrutar con más intensidad los momentos más fugaces para no rezar en altares adornados de flores. Ya no hay tiempo para dar vuelta atrás, la transición del sólido al plasma es inevitable y estamos de acuerdo en que no tenía por qué ser de esta forma. Ya se corrompieron entre los tejidos, ya la sangre no representa el intenso rojo de la furia de la vida, rojo como mi anochecer, que hace de la tristeza una dosis moderada de ansiolítico, un viento huracanado desbaratando la estratosfera. La ciudad parpadea para la noche y cada vez más encierro la pared de mi cubículo existencial. Ha muerto.
***