La carretera estaba desierta, solo las luces de un automóvil iluminaba el sendero en la compacta noche; era conducido por Karen Manson, una joven muy angustiada. Había recibido una noticia terrible, su madre estaba internada en el Hospital de la ciudad y agonizaba.
Desde la muerte de su padre y como hija única, Karen se había impuesto la férrea decisión de protegerla y el hecho de no estar con ella en este doloroso momento, la martirizaba muchísimo.
Como vivía en una zona rural, tardaría un par de horas en llegar a la ciudad. Mientras conducía prendió un cigarrillo, para tratar de calmarse un poco. Su mirada estaba fija en la demarcación blanca del camino, que se consumía bajo las ruedas del vehículo.
De pronto comenzó a salir humo del motor. Luego de maldecir su fortuna, apareció de la nada, una estación de gasolina al costado de la carretera. No lo dudo, condujo hacia allí.
Un hombre robusto, con el pantalón y la camisa sucia de grasa, le salió al encuentro.
La oscuridad del lugar, solo despejada por una tenue luz que provenía de un cartel luminoso de anuncio publicitario, la aterró de sobremanera. Intento disimular ese sentimiento con una voz firme:
-Por favor, mi automóvil esta averiado, puede revisarlo. Le pagare.
El hombre la miró con cierta lascivia, pero ella no se percató de ello o no quiso hacerlo.
-Esta bien, solo déme unos minutos y veré que tiene –levantó el capot del automóvil y comenzó a examinarlo.
Mientras tanto, ella se dirigió a lo que parecía ser un baño de damas. Se paró al frente del lavatorio, tomó un pequeño sorbo de agua y se miró al espejo; vio la angustia en sus ojos y eso la deprimió aún más. Sus pensamientos estaban solo en su madre y en aquel hospital. De pronto la puerta se abrió violentamente. El hombre, con un fuerte olor a whisky mezclado con sudor, se le acercó a Karen.
El ataque sexual fue brutal. La escena, indescriptible. Los gritos de terror laceraron la oscura noche, testigo mudo de los hechos.
Cuando todo terminó, si acaso eso alguna vez termina, la bestia le dijo a la joven mujer:
-Este servicio es gratis nena.
Luego se subió los pantalones y se retiro con el caminar de un león orgulloso de su presa.
Karen se levantó de ese inmundo lugar, con el rostro lastimado por los golpes y su ropa rasgada, caminó hacia la carretera para pedir auxilio. El trauma fue tan profundo que calló desmayada.
Al amanecer fue vista por un chofer de camión, quien la auxilió, llevándola al hospital de la ciudad, en donde a esa altura de los acontecimientos, su madre había fallecido.
El juicio fue breve, el jurado no tardó en condenarlo, tenía toda la evidencia necesaria.
***
A los dos meses de estos acontecimientos, Karen comenzó a sentirse muy mal, con nauseas y mareos cotidianos. Fue al médico, quien le dio el diagnóstico que nunca hubiera querido escuchar: estaba embarazada del violador. La noticia la desbastó. El odio se mezclo en su sangre y la torno oscura. Se retiró rápidamente del lugar y fue a su hogar. Se encerró en su habitación y en soledad comenzó a golpearse el vientre, gritando con todas sus fuerzas: “¡maldito!, ¡maldito!”.
Reflexionó mucho. Le llevó varios días, en los que casi no comía ni dormía. Su conciencia la torturaba. Pensó en el aborto, pero su firme fe cristiana le impedía asesinar. Tampoco quiso que su hijo viviera entre extraños, se sintió responsable de él aunque no hubiera deseado su concepción. Finalmente, decidió tenerlo.
Luego de nueve meses, nació un niño y lo llamó Peter, como su abuelo. Tenía profundos ojos azules, los cuales le recordaba constantemente a su violador. No lo podía evitar. Dentro suyo un volcán hacia erupción todos los días. Su alma estaba dividida entre el dolor por la atrocidad vivida y la piedad por un inocente; era una lucha sin tregua y el campo de batalla, su corazón.
Se repetía constantemente que los hijos no eran culpables de los pecados de sus padres. Peter no era culpable de lo que había hecho su progenitor. Trataba de convencerse de eso, una y otra vez. No fue tarea sencilla.
El niño creció rápidamente. Karen trato de ser una buena madre, pero en algunas ocasiones, sus entrañas la traicionaban. Nunca lo maltrató, pero tampoco fue afectuosa; jamás le dio un beso, una caricia o una palabra de amor. Solo se limitó a cubrir todas sus necesidades materiales. Era su manera de asumir la obligación de madre.
Peter conocía perfectamente las circunstancias de su nacimiento porque Karen se lo contó un día. Después de ello, ninguno de los dos volvió a tocar el tema. El niño se lo guardó en su interior y su madre también.
***
-Mamá, hoy conocí a Allison. ¡La amo y quiero que la conozcas! – Le dijo Peter, esa mañana, muy exaltado.
Karen, con su corazón un poco más en paz, luego de veinte años de los sucesos, le respondió:
-Esta bien Peter, tráela esta noche y cenaremos juntos.
Karen se dirigió a la ciudad para comprar las provisiones acostumbras. Se tardo un poco y eso la puso nerviosa, porque debía preparar la cena para su invitada.
Cuando retornó a la casa, subió los pequeños escalones de la entrada y abrió la puerta. Vio algo impensado: Peter estaba desnudo, sobre un sofá, forcejeando con Allison, que gritaba en aparente señal de auxilio.
Karen se quedo petrificada. En su mente revivió su violación, todo el dolor y la desesperación que sufrió en ese momento. Vio a su propio hijo cometiendo el mismo oprobio que su padre. Su corazón se transformó en una furia ciega e incontenible.
Instintivamente tomó el atizador que se encontraba a un costado de la chimenea y lo golpeó fuertemente en la nuca. Peter se desplomó de inmediato sobre el cuerpo de Allison.
La joven, dio un grito desgarrador:
-¡ Por Dios, solo es un juego!. ¡Solo eso! – Las lagrimas de Allison brotaban incontroladamente – Yo lo amo, es mi amor…¡No!…¡No!…
Karen observó el atizador en su mano y recién comprendió lo que había hecho. Comenzó gradualmente a salir de ese estado de aturdimiento y a oír los gritos y el llanto de Allison.
Al contemplar el cuerpo sin vida de Peter, su rostro no exteriorizaba signos de dolor, solo podía recordar una frase que hacía años se repetía y que ahora, como aguja, le penetraba en su sien: “Los hijos no son culpables por los pecados de sus padres”.