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Febrero 29 de 2008,

 

Soldado  valiente:

 

No sabes el alivio que le diste a mi alma después de tantos años de no saber nada de ti. Cuando recibí tu carta como prueba de supervivencia, fue como un premio a mi perplejidad obcecada en la sutil madeja que teje la trama de las vicisitudes.

Sentí alegría romper el sello de la misiva y me extasié ansiosa a leer tus renglones en el vasto océano del silencio repetidas veces, por largo rato. Mi corazón latía más fuerte con cada una de tus sentidas palabras de amor y afectos, llenos de sensibilidad inmersa en el continente de tus pasiones inspiradas para mí desde la manigua de la selva. Me parece estar soñando tal generosidad de esfuerzo, pese a la preocupación de hacer que sepa de tú sufriendo en cautiverio, tu corazón de guerrero aún me tenga prendida como la más grande heroína del drama

Le di gracias a Dios por concederme la oportunidad de ser feliz por un momento. Pero al mismo tiempo sentí rabia y nostalgia por todas las adversidades que me cuentas. Debe ser desesperante la soledad y los efectos depresivos que causa estar alejado de los seres queridos maltratado y humillado, por el hecho de ser servidor de la patria; ¡hasta cuándo vas estar ausente, retenido injustamente por la guerrilla! ¿Cual es la causa de tu infortunio?

Mi amor, estoy contigo en tu sufrimiento. Desde que ocurrió este percance. No tengo paz ni sosiego. Mi vida ha cambiado totalmente. Tú cautiverio también es el mío. Tú, lo estás viviendo con honor y valentía consignado en algún lugar de la selva. Y, Yo, todo este tiempo lo he padecido con holgura y resignación en la manigua de cemento, llamada ciudad.

No sé ¿qué es más doloroso? Si vivir el secuestro en carne propia o sufrir los efectos colaterales del mismo. La impotencia de no poder hacer nada para evitarlo, ha desentrañando en mi, un loco torbellino de rebeldía  y desconfianza, condenándome a seguirte esperando de manera incontenible y paciente. ¿En cuántos años más, se dará tú retorno a la libertad sano y salvo?

El sabor amargo de tu separación lo he vivido en medio de azares y sobresaltos indescriptibles hasta los umbrales del desespero. ¡Te quiero!  Y al faltarme tu cariño he buscado  a Dios  y sus pláticas como compañía. Todos los domingos voy a misa a la iglesia del Veinte de Julio, con mi familia. Cada semana, sobre su altar crepitan las tenues candelillas de mis veladoras, junto con mis oraciones de súplica, enarboladas hacia el Divino Niño por tu vida y bienestar; que en donde estés, El,  te proteja y ablande los inexpugnables corazones de tus captores iluminando sus sentimientos, siendo tolerantes contigo y con los demás compañeros de secuestro.

En fin, Tengo la certeza que el amor embellece todas las cosas de la tierra buenas o malas al propio tiempo que se descubre horizontes inagotables de gloria. Por una casualidad del destino nuestros sueños se truncan. El dolor ahora nos flagela con su devenir trágico en el piélago infinito de la iniquidad. Algún día lograrás tu libertad y jubiloso vendrás a mis brazos para que juntos alcancemos el ascenso de esta ribera fangosa a las claridades de la felicidad.

Dejo la presente en sobre lacrado al pie de la foto cuando  juraste  bandera y recibiste tu arma del Ejercito Nacional. En ella aparecemos felices, lejos de imaginar esta tragedia presente… Cuando vuelvas encontraras la carta que me enviaste y leerás lo que hoy te escribo con sentimiento y aprecio.  Mi amor siempre ha sido tuyo y lo será hasta el fin de mi existencia… Es mi juramento ante Dios.

¡Adiós, mi soldado valiente!

 

 


Tu amor de siempre. 

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