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TRASCENDER

El amanecer levanta el polvo, la luz del sol se filtra por la ventana. He pasado a ser nada: ya no soy materia, ya no soy definido por la física ni la matemática; soy partícula errante de otros universos. Nada de la anterior vida, nada que fui. No vivo en los recuerdos de los humanos, ni en sus nostalgias, ni en sus penas. Me consumí bajo el sol de mi áspera ciudad deseando soñar; el amor fue un par de ojos negros, ojos que no me miraron. Entre tanto, el mismísimo Cristo sonríe y anula mi condena porque estuve muerto en vida, entonces, ya no hace efecto en mí ninguna plegaria y ningún rezo, las filosofías intentan comprenderme. Yo y ninguna humanidad, ni deseo ni quiero ni puedo ni espero, soy mi propia iluminación.

Café humeante a las 6:30 de la mañana, termina la noche de todos los siglos. Intenté reflejarme en la literatura como espejo y escape, pero fui tanto y fui nada, nada en la vida, que no pudo significarme. Nada que soy ahora, más que la tranquilidad. Ya se van borrando los recuerdos de la vida, lastres tatuados. Miro hacia el infinito y me siento observado por todas las estrellas, me esperaban ascender. Soy lo inefable y lo insignificante, soy yo, sentado en la soledad de mi casa. No sé ya de tiempos materializado en los relojes, nunca importó. Escapo entonces de mediciones cuánticas, no soy interrogante.

Es que soy el olvido. Fue la constante que me siguió hasta ser fantasma, fue el verso que yo confesé al ser atravesado por la brisa, fue siempre mi abrazo y mi consecuencia. Pero hasta ahora me doy cuenta que todo aquello me traería hasta la paz del día de hoy y yo no sería más, que el polvo gravitando en el espacio de mi nueva existencia.

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