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Supe que habías llorado toda la noche en que no estuve contigo, tenías los ojos hinchados y por debajo de ellos se veían las manchas violáceas que da el haber dormido nada. Te abracé e intenté decirte que todo estaba bien y que no había de qué preocuparse, que una plática no cambia los destinos y que una llamada que no se hace no se acumularía en ningún lado; que desaparecí… pero no de tu destino.

Entonces te recosté en la cama, acaricié tu rostro, intenté besarte y volviste a sollozar, llorabas quedito pero las arcadas de tu cuerpo te delataban. Yo traté de calmarte y me diste la espalda.

–Unos besos no arreglan nada- me dijiste, y yo pensé que era verdad pero también sentí que mis ganas de probar tus labios no eran queriendo arreglar nada, sólo  para comprobar que no estaba soñando; entonces empezaste a llorar más fuerte y a recriminarme mis actitudes y faltas.

Me puse a un lado de la cama y ya no te toqué, te hablaba en susurros tratando de explicar lo inexplicable, así pues, tú me dabas la espalda y las palabras rebotaban en tus hombros convirtiéndose en un eco que volvía hasta mí. Te adoré y necesité en silencio, debió ser que no pensé antes en lo que te dije, estabas enojada y dolida, comprendí y me tiré en el abandono de la lucha perdida; fue cuando giraste sobre tus costillas y me miraste fijo, la escasa luz de día se ponía en los espejos y después en tus labios brillantes, te besé y no hubo rechazo. Abriste la boca y me recibiste por completo. Me separé.

Te dije que te amaba mucho y que pondría de mí todo lo necesario para que las cosas mejoraran. Acaricié tu espalda y descubrí algunos lunares que no sabía que tenías. Te conservabas bella como siempre y dispuesta para mí. Recorrí la piel descubriendo tus huesos por debajo, metí una mano por entre tu cuerpo y el colchón y sentí un objeto pequeño y duro, se me escurrió por entre los dedos e incliné tu cuerpo para buscarlo; al simple tacto se sentía como un grano de sal de esos grandes, seguí tanteando sobre la sábana y lo encontré. Era una piedra azul con apariencia de brillante, tenía muchos lados y la luz  salía de él con gran facilidad.

Me pregunté qué hacía esa piedra ahí y al notar mi estupor quisiste saber qué era, lo puse en la palma de mi mano para que pudieras verlo mejor

-No sé de donde salió-, hablaste.

Me puse de  pie  y de camino al baño había varios de ellos por el suelo. Los levanté tratando de imaginar de dónde habían llegado hasta ahí, todos eran de tamaño irregular y estaban regados por la alfombra, el piso del baño y hasta en la almohada. Ayudaste en la búsqueda y encontraste algunos otros envueltos en papeles dentro de la basura, levantamos el colchón y movimos el sofá intentando encontrar más  pero ya no aparecieron. Te tomé en los brazos y apreté muy fuerte mientras decía que te amaba, me jalaste a tu pecho y asentiste con la cabeza. Cuando te separaste de mí una lágrima salió de tus ojos, recorrió tu mejilla y rebotó en el suelo convertida en un pequeño diamante que dejó de rodar e iluminó la habitación.

ErosWolf

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