Muchos de los conceptos preestablecidos como norma general y absoluta, los
cuales marcan o delinean pautas de comportamiento casi unánimes, son cada vez
menos aceptados y, por ende, menos practicados por las multitudes. Estas
teorías generan diversos y contradictorios análisis y múltiples interpretaciones que
conllevan a una gran variedad de verdades, ocasionando con ello una enorme
confusión en el pensamiento colectivo, además de suscitar infinidad de conflictos y
controversias.
La ética, la moral y la religión no encuentran un punto en común que les permita
presentarle al mundo la verdad unificada que refleje la concepción idealista del
universo. Por su parte, la ciencia entre más días más especializada, se divide
y nos divide, se confunde y nos confunde y así es muy poca la ayuda que ofrece
a la gente que busca en el origen material de la vida, una explicación a las arduas
rémoras que afronta. Ni hablar de las contradicciones entre espiritualistas y
materialistas que se excluyen el uno al otro, cada uno aferrado a su propia y
exclusiva verdad.
Todo pensamiento, cada teoría son pequeñas verdades únicas que en conjunto
construyen y destruyen este mundo, cada uno por raro que sea, por contradictorio
que aparente ser es una idea más que describe el indescriptible fenómeno de la
vida y todos conllevan a la indescifrable inmortalidad de la verdad única y
universal, aquella que tan solo es posible dentro, muy dentro de cada quien; sí, la
verdad absoluta tan solo nos la dice a gritos nuestra consciencia, y es individual,
particular e ilimitada.
Cuando llegamos a esta confusión, cuando las evidencias de la vida nos ponen
frente a esta encrucijada donde la verdad y la mentira parecen ser lo mismo, o
pura realidad o pura falsedad, que al fin y al cabo resulta ser la mezcla de ambas,
nos encontramos frente al gran reto de ampliar el concepto de verdad; para esto
es necesario combinar razonablemente y por partes iguales nuestra capacidad de
análisis, propia e ilimitada de la mente humana, para controvertir noble y
sanamente con el mayor nivel o grado de tolerancia que nos asiste como seres
desarrollados, para aceptar la opinión ajena como una verdad individual, una
verdad individual que en un momento dado y en algún lugar de este universo
infinito hace parte de la verdad absoluta; independientemente de que la
compartamos o no.