Ir a: La virtud y la belleza (“Seguiré viviendo” 58a. entrega)
Eleonora encontró a través de la lectura de las obras de su padre un perfil desconocido. Se dio cuenta de que todo estaba al alcance de su crítica, de que detestaba los pedestales y era desmitificador e iconoclasta. Le parecía un hombre en plena rebeldía, un contradictor perenne de las normas. Era diferente al ser sumiso que se veía en familia. No era lo mismo escucharlo que leerlo. Alguna vez le dijo: «Papá tu voz es reflexiva, pero incendiaria tu palabra escrita». Con todo, era el mismo, sólo que la presencia de un interlocutor lo moderaba. Aunque de vez en cuando también lo sulfuraba, pues no resistía la obstinación sin argumentos.
Eleonora se deleitaba leyendo al José de los silogismos y las argumentaciones, le gustaba más que el hombre opacado por su madre. «Me aterra que los hombres justos tan fácil se dobleguen. Los veo encorvarse resignados, por igual ante las arbitrariedades de la sociedad que ante las amenazas de los delincuentes. ¿Qué futuro le espera a la humanidad cuando los buenos capitulan?». Le gustaba a Eleonora la seguridad de José y su firmeza, y gozaba cuando la hacía dudar de todo lo aceptado. Por ejemplo cuando exoneraba a la mentira o le encontraba razones a la infidelidad y a las amantes. Y lo disfrutaba cuando se ponía del lado de los niños más que de los padres, de los estudiantes más que de los profesores, de los adolescentes rebeldes más que de los mayores inflexibles, de los vendedores ambulantes más que de las autoridades insensibles; cuando asumía posiciones impredecibles, como de no entender. Que ella sí entendía, pues las veía rubricadas por su amor a la libertad y el apego a la bondad. «Ese ogro liberal –decía Eleonora– es un hombre bueno, que cumple más normas que las que violenta. Es comprensivo a morir y tolerante. Salvo con los espíritus dañinos. Disculpa los errores y las debilidades, pero es implacable en sus juicios con quienes malintencionadamente causan daño. Son ellos los que avivan sus impulsos autoritarios y hasta vengativos, que no van más lejos que el alcance de su pluma. [...] Defender lo que él defiende y atacar lo que él ataca no es producto de un delirio, sino de sus profundas reflexiones». Y no se equivocaba, porque era visto con aprecio su pensamiento excéntrico, que hacía carrera de intelectual y filosófico. Leyendo apartes de su ensayo sobre la mentira, Eleonora comprobó que no eran una simple ocurrencia, ni un dislate las insólitas afirmaciones de su padre. «La mentira es inherente al hombre. ¿Quién puede jactarse de haber dicho siempre la verdad? ¿No será que las infracciones contra el octavo mandamiento merecen más absoluciones que condenas? [...] La mentira es innata. El hombre comienza a mentir por temor y termina haciéndolo por maldad; comienza a mentir con angustia y termina haciéndolo con cinismo. Pero la mala no es en sí misma la mentira, sino la intención de quien la explota. La calificación de la mentira depende de lo que con ella se pretenda. Con la verdad ocurre algo semejante. Se puede invocar por devoción a la virtud, pero se puede utilizar con malsanas pretensiones. Siempre habrá espíritus retorcidos, defensores a ultranza de la verdad para dañar al prójimo, como almas nobles dispuestas a mentir para evitar una injusticia. ¡Bajo la lupa que lo escruta cuán relativo resulta el bien y el mal! [...] ¡Cuántas veces arriesgados religiosos ocultaron y negaron a perseguidos de regímenes totalitarios para salvarlos de la muerte! ¿Habrán pecado? ¿Habrían merecido por mentirosos, la excomunión o la expulsión de sus comunidades?». Muchas veces José había visto herir con la verdad y mitigar con la mentira. Su inquietud absolutamente filosófica no pretendía la apología del engaño, sino la negación de los juicios categóricos. Que la verdad es buena y la mentira es mala, no tenían para él el carácter de un axioma. «Los dictámenes de la mente son relativos, lo absoluto sólo a Dios le pertenece. El hombre podrá tener lo justo y lo cierto entre sus manos, y sin embargo no tendrá certeza».
Así funcionaba la mente de José. Era evidente que no buscaba justificación para poder mentir, porque hasta cínico era en la confesión pública sus pecados, bajo la tesis de que no tenía porqué negar lo que hacía plenamente convencido, así fuera en contra de lo que se llamaba, tan discutiblemente en su sentir, buenas costumbres.
Continuará…
Ir a: Un deterioro imperceptible (“Seguiré viviendo” 60a. entrega)
Luis María Murillo Sarmiento
“Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.
Por su extensión será publicada por entregas con una periodicidad semanal.
http://luismmurillo.blogspot.com/ (Página de críticas y comentarios)
http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)