Ir a: De la laparoscopia a la postración definitiva (“Seguiré viviendo” 54a. entrega)
Como un ícono guardaba la mente de José la imagen de Ernesto, la personificación más patética de la ancianidad y el abandono. Su figura decrépita irrumpió con esplendor en sus recuerdos, corpórea y tangible. La vio arrinconada en la penumbra lúgubre. Hurgando en la monotonía volvió a tener la sensación de la ventana esquiva al sol, de la cortina pesada en lucha constante con la luz del día.
Evocó la mesa de noche, el teléfono inservible, la cama, la radiola y el foco mortecino prendido todo el tiempo. Recordó el olor a viejo, y volvió a aspirar el hedor rancio. Y descubrió al anciano. Claudicante, escasamente resistía su cuerpo para desplazarse de la cama al baño y del baño a la cama en una rutina interminable. Notó sus brazos y sus piernas temblando a cada paso. Revivió el dolor de su cuerpo, que hacía presentir un sufrimiento mayor: el de su alma. Recapacitó que ese cuerpo a punto de desbaratarse había sido un organismo vigoroso que iba y venía sin contratiempos; que no reparaba en las adversidades de la soledad, cuando por el contrario, la reclamaba en todas sus rutinas, cuando rehuía a sus hijos y a todos los que demandaban su presencia. Hubo un tiempo en que todos dependieron de él; finalmente él dependió de todos... y todos tan distantes. Sus hijos lo querían, pero su trabajo los mantenía apartados. Su preocupación los llevó a pagar por su cuidado. «Claro que me quieren, es por eso buscan quien me atienda», subrayaba el anciano resignado.
Mientras tuvo fuerzas le impidió el acceso a todo extraño a sus espacios. La vejez lo desarmó. Su desconfianza y su altivez se rindieron a toda mano que le prestara ayuda. Incapaz de abrir la puerta de su casa aceptó que la llave rotara entre las empleadas. La orfandad familiar la disiparon los amigos hasta que la decrepitud lo enclaustró definitivamente. El mandadero que llevaba el almuerzo a la una de la tarde y la empleada que llegaba a abrirle, eran el único contacto con el mundo. Una hora compartía con ella mientras le organizaba el cuarto, el resto de las 24 era para añorar el pasado, para luchar contra la bestia del insomnio, para despertar en medio de una pasadilla, para dudar de la felicidad que tuvo, para sentir con todo rigor la claustrofobia; a veces para llorar a solas.
Así había sido el ocaso de Ernesto, un tío por el que José sintió tras su muerte la solidaridad y el cariño que jamás le pudo dar en vida. Ocasionalmente la familia se acordaba del viejo abandonado. «José, toca visitar a Ernesto, llevamos sin verlo como un año». Ese era el argumento para todas las visitas. Él buscaba el pretexto que lo librara de encerrarse en una habitación sombría con un viejo monótono que no hacía más que hablar de sus dolencias. Ahora, aquejado por su enfermedad, José tenía más capacidad para entender el sufrimiento. Esta vez no se recriminó, pensó que en los años mozos prima el egoísmo, y que sólo la paternidad enseña a amar, porque es en ese momento en que el sacrifico por los demás tiene sentido. Pero sintió tristeza. Un día la empleada, que había tomado casi una semana de receso, lo encontró sin vida, putrefacto, encogido entre las sábanas que sirvieron de sudario. Lo afligía esa historia. Siempre había temido padecer en su vejez tal desamparo. Eran penalidades peores que la muerte. Se consideró afortunado: «Tendré quien me entregue al más allá con el mismo afecto con que entrega un padre a su niño a la entrada de la escuela». Y se regocijó al saber que contaba con su hija.
Luis María Murillo Sarmiento
Ir a: El mundo subjetivo de la felicidad (“Seguiré viviendo” 56a. entrega)
“Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.
Por su extensión será publicada por entregas con una periodicidad semanal.
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