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La controversia que ha generado la muerte de unos “niños” durante el bombardeo del ejército a un campamento de las farc en el Caquetá, me ha hecho recordar un acontecimiento que me sucedió durante una jornada laboral.  Esta discusión me ha impulsado a confundirme entre sí estos niños son víctimas o verdugos; pero sobre todo me ha inducido a preguntarme: Si las autoridades no pueden ni deben actuar o responder con fuerza o severidad, entonces cómo van a cumplir su deber de proteger al pueblo y al estado?, si no pueden ni deben, entonces, para qué están? cuál es su utilidad?…

Iban siendo más o menos las seis de la tarde de un caluroso domingo; íbamos cinco personas (tres señoras de avanzada edad, el motorista un hombre joven y yo) en una lujosa camioneta Van blanca por una concurrida avenida en pleno centro de la ciudad de Cali.  Mientras el vehículo se encuentra detenido esperando el cambio de semáforo, de repente una turba de niños (el mayor no tenía más de 10 años) arremetió contra varios de los vehículos estacionados (incluido el nuestro). 

De improviso, unos seis de estos niños embistieron contra nosotros con una vehemencia asombrosa en tratándose de personas de tan escasa edad.  Repentinamente nos vimos invadidos por la sevicia de los “teteros” (así se llama la banda) que golpeaban con palos los vidrios de la camioneta y la sacudían con una fuerza despiadada y bárbara presionando para que se les abrieran las ventanas del vehículo.  En algún instante en que miré para atrás pude ver como otra turba de “niños” armados acomete contra un furgón pequeño, lo desocupan mientras los otros amenazan y roban a los tres señores que iban ahí. Fueron muchos los vehículos atracados esta vez, porque era una nube de “niños” incontables.  El pánico que vivimos ese cortísimo minuto no tiene descripción.  Durante este tiempo, el motorista desesperado sin poder arrancar el carro, las tres señoras gritando y yo, casi paralizada al ver la furia del ataque de estos “niños”, ya ni sé cómo logré sobrevivir a este desagradable episodio.    

Mientras tanto, los transeúntes iban y venían, solo se detenían a observar con asombro y lástima, el grotesco espectáculo ya cuando había pasado el peligro para ellos.  Llamaron a la Policía, cuando llegó, el semáforo ya había cambiado y ya nosotros nos habíamos ido y los “niños”, también. 

Ahora que veo a los senadores pidiendo a gritos la salida del Ministro, a los politiqueros exprimiendo el sentimentalismo del pueblo para el cual trabajan,  exigiendo la renuncia del Presidente a raíz de los sucedido en el Caquetá, recuerdo esta historia y me imagino qué habría podido hacer veinte, cincuenta o cien, o cuantos sean, policías en esta situación?.  Nada, no?. Para todos es claro que al ciudadano de bien, también nos robaron los derechos humanos.

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