Te ofrezco Señor, estos versos
que hasta ahora he mantenido presos.
Tómalos como un tributo a tu infinita bondad,
esta, tu sierva, te los dedica con humildad.
Te brindo Señor, mis desvelos
en esas noches en que he perdido anhelos,
en que la derrota, el fracaso y el dolor
han torturado mi mente, cuerpo y corazón.
Te entrego Señor, mis trabajos pesados,
el sudor y cansancio que a mi fortaleza han doblegado
cuando he sentido que no puedo seguir
y sin embargo, he continuado por amor a ti.
Te consagro Señor, cada día que comienza
con la promesa de no olvidar compartir el pan de mi mesa,
siguiendo tus enseñanzas, ejemplo y palabra
sin dejarme llevar por frivolidades que acaban.
Te ofrendo mi fe, mi esperanza y entrega,
confío a ti espíritu, cuerpo y alma entera.
A ti te los doy con cariño y emoción
acéptalos como una prueba de mi gran fervor.
Te dedico, en fin, cada uno de mis actos,
que el hablarte cada día sea entre nosotros un pacto.
Gracias te doy con infinita sinceridad
por derramar en mi cada día, la luz de tu divinidad.
Elena Ortiz Muñiz