LA IRONÍA DEL PARAÍSO
Nadie es capaz de saber cómo es en verdad el paraíso.
Y no soy la excepción.
Pero si tuviera que definirlo de algún modo,
si tuviera la urgencia de imaginar una semejanza circunstancial
que se aproxime a su expresión más genuina
diría sin dudarlo que, en realidad, si sé como es.
Y es que no puede ser muy diferente de lo que veo cuando te miro.
No más deslumbrante que cuando me descubro
en el dulce brillo de tus ojos.
Ni puede ser muy diferente de lo que siento cuando te abrazo.
No más maravilloso que cuando me desarmo
al sentirte palpitar junto a mi pecho,
hasta fundir en la más sublime ternura tus labios en los míos.
Ni puede ser muy diferente de lo que experimento
al sabernos imprescindibles el uno para el otro.
No más increíble que cuando intento comprender
porque, a pesar de todo, cuanto más nos extrañamos
más lejos debamos estar.
Una insospechada ironía.
Y así ruedan las horas de mi mundo, de repente
entre el sueño casi nostálgico de mi propio paraíso,
tú, el amor hecho mujer, y la ironía,
esa ironía de tu dudar de las certezas,
de tu temerle a tu coraje y de mi soñarte despierto.
Ese soñar ilusionado que cada día me acompaña
sin permitirse la derrota de una precaria ausencia de fe.
Y si algo me quita el sueño es llegar alguna vez
a ser yo ese mismo paraíso interior para ti.
A pesar de tus temores del pasado que se esfuerzan por renacer
en este presente que te ha acercado a mí.
A pesar de mis temores del presente que a menudo
te apartan sin contemplaciones de mi futuro.
Y me hacen exclamar ¡qué absurda ironía! una vez más.
Qué ironía que queriéndonos así
yo tenga tanto miedo de perderle
y tú de encontrarme.