Reviso implacable el menú consumido
renuncio al postre y las bebidas dulces,
explota en mi vientre un oleaje sísmico
con sensaciones gaseosas y efervescentes.
La cena antes deliciosa y amena
cambia a desagradable y fea,
el movimiento de mi vientre se descubre,
la agonía de mi estado me delata.
Sale un estruendoso eructo anunciando el acto,
recibo el cien por ciento de las miradas,
y sin poder detener la hecatombe
dejo salir el caos de gases y podredumbre
ya al final de mí tubo digestivo.
Agradecido del alivio y superado el trance,
reconozco el incalculable valor de este órgano
que con su compasivo gesto de socorro
logró encauzar y salvar mí vida.