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I

Se llamaba María la doña
y observaba callada al granjero,
escondida detrás del aljibe
mientras este faenaba el cordero.

En sus manos no había ya nada
y en su alma tan solo deseos.
En su mente mañas olvidadas
y en su cuerpo cansancios muy viejos.

El descuido del hombre llegó.
Ella uso sus reflejos gastados,
y el minuto libre aprovecho
para entrar a la casa del amo.

En silencio busco en la despensa
con los nervios de punta prendidos.
Con un ojo miraba hacia afuera,
con el otro los platos y el vino.

En su estomago telas de araña
que juntaban su ombligo a la espina.
En su piel las arrugas marcadas
contaban las penurias vividas.

Finalmente encontró una canasta
que lleno de comida variada.
La cubrió con un papel de astraza
y trato de salir apurada.

La botella de vino tentaba,
bebió un trago y creyó derramarlo.
No había tiempo de limpiar su falda
ni leer la etiqueta y juzgarlo.

Y ya afuera miro hacia ambos lado
y escapo lo mas pronto que pudo,
y rogaba no hacer ningún ruido
mas su paso torpe se hizo un nudo.

El hombre que escucho la escapada
ya  corrió hasta el granero cercano.
La escopeta y también los cartuchos
el solía tenerlos a mano

“...otra vez esta vieja porfiada
ya es hora de darle una lección,
si hoy un susto no trato de darle,
seguirá con la misma canción”.

A lo lejos corría la doña,
ni miraba hacia atrás por las dudas.
El cañon apunto cerca de ella
apostando a pegarle a las tunas.

Y sonó el estampido con fuerza.
En el patio huyeron las gallinas.
Con el humo vino el desconcierto,
y la polvora negra que olía.

 

II

Agitada llegaba a su rancho,
las piernas le temblaban del susto.
Le temía al granjero borracho,
mas el hambre jugábale un truco.

Muchas veces había robado
al patrón en fines de semana.
El salario que no le alcanzaba
y su hijo grande y retardado.

Y esta vez fue María llegando
con comida y la falda manchada.
El muchacho que ansioso esperaba
se babeaba con las carcajadas.

Ella puso la cesta en la mesa
y el comía sin darle las gracias.
Se empujaba todo con la diestra
y María miraba y lloraba...

Y las gotas de vino tan rojo
aun goteaban al suelo con ritmo.
Y mojaban sus ropas gastadas
que tomaban un tono cobrizo.

Camino hasta el servicio despacio
y extenuada reviso la herida.
Su visión se nublo por segundos,
cuando vio del plomo la salida.

Se vendo y regreso a la cocina,
no sentía dolor ni molestias.
Se comió una rodaja de pan,
fue con sangre que marco sus huellas.

Se sentó a descansar un momento
mientras su hijo miraba extrañado,
a su madre temblando de frío,
transpirando y con tinta en las manos.

Ella vio a su pequeño contento
y tranquila pensó en su osadía,
si pasaba esa noche seguro
que mañana otro día seria.

Respiro satisfecha al mirar
como su hijo dormido quedo,
y  los brazos cruzando en la mesa,
recostó su cabeza y murió....

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