Hace un momento estuve a
punto de suicidarme,
me imagine diferentes escenarios,
como por ejemplo:
el ahorcarme con una soga en medio de la sala,
el tomar un filo y desangrarme,
el pegarme un tiro en la cien,
echarme al mar,
dejar abierto la bujía del tanque de gas,
tirarme de un puente,
tomar alguna sustancia mortal,
chocar contra un auto que corre a gran velocidad.
Debía de elegir una en la que mi muerte fuera instantánea,
el dolor era lo de menos,
lo que real mente me importaba era la rapidez
con la que acabaría de una vez por todas con mi vida.
Entre todas las opciones,
la que más se acercaba
a las características que yo tenía en mente,
era volándome los sesos de un disparo.
Entonces recordé que tenía un amigo
que vivía a unos diez minutos de mi casa.
Se ganaba la vida robando y
asaltando a personas
por las calles de la ciudad apuntándoles con un arma,
una forma muy sucia de ganársela.
Pensé que no se molestaría
en prestármela un momento.
Tome una ducha,
me puse una de mis mejores prendas,
salí de mi habitación,
pase a un costado de mis hermanos,
cada uno de ellos entretenido en sus quehaceres,
puedo decir que ni se percataron de mi presencia,
era como un fantasma paseando por los pasillos de su
propia casa.
Seguí caminando rumbo a la salida,
dispuesto a todo.
Fue allí cuando me topé con aquella mujer,
de una edad ya avanzada,
su cabeza pintaba una que otra cana
sus manos y pies,
acumulaban pequeñas heridas y marcas
por trabajar todo el día
limpiando el desorden, que otros ocasionaban.
recostada en aquel sofá frente al televisor
Me dijo: “¿A dónde vas? “
“Voy a casa de Héctor, un amigo,
vive en la colonia que se encuentra detrás de la nuestra,
no tardare”, Le conteste yo un poco nervioso,
“De acuerdo, no tardes mucho”, dijo ella.
Hasta allí todo había marchado muy bien,
abrí la puerta,
y justo cuando acababa de dar el primer paso,
en ese momento se oyó aquella frase
que me puso aún más nervioso,
paralizo mi cuerpo por completo prácticamente,
por así decirlo.
“Te Amo hijo”
fue la frase que hizo que me olvidara
de lo que estaba dispuesto hacer en ese instante,
no supe que decir,
mis ojos se humedecieron,
por dentro sentía una gran rabia conmigo mismo.
Solo podía empuñar mis manos
fuertemente,
pero no conseguía nada haciéndolo.
Me sentía un fracasado.
Me di la media vuelta
con la cabeza agachada,
no tenía el valor para verla a los ojos fijamente
“Yo también mama”,
fue lo único que conteste,
ella me abrazo,
y yo regrese a mi habitación.
Entonces la razón me recordó
que son muchas las opciones para darle fin a mi vida,
pero solo una la oportunidad de vivirla,
y el quitármela seria egoísta de mi parte
al existir mucha gente con alguna enfermedad sin cura,
de alguien que se encuentra en el hospital aferrándose
a la posibilidad de subsistir todavía,
el dolor de algunos por la pérdida de un ser querido,
cientos de personas que entregaron sus vidas
en guerras para defender a sus familias.
Personas que no tuvieron la oportunidad
de decidir entre vivir o morir,
o la forma en que iban a hacerlo.
Y yo aquí,
como un idiota,
queriendo acabar con lo que muchos de ellos
desearían poder tener aun.
De alguna u otra forma
sentí que les había ofendido.
La vida puede ser sádica,
puede tratarte como a una perra,
pero de ti depende,
si decides escapar de la correa
o seguir siendo su perra.
Incluso puede llegar a ser una historia sin sentido,
pero no tiene ningún sentido
el tratar de buscarle uno,
el hacer eso, no es más que tiempo perdido,
pensar en los motivos por los que las plantas
de tus pies pisan esta tierra,
no es más que una pérdida de tiempo.
Tener el valor para asumir la realidad
puede doler algunas veces.
Los humanos estamos acostumbrados
a aceptar una mentira
por temor a la angustia
que puede provocar una verdad.
Por eso el primer paso para entender a la vida
es aceptándola.
Nuestra existencia
tan solo es un pequeño grano de arena
a la orilla del mar,
que en cualquier momento
puede ser arrebatado por el aire.
Hay que saberla aprovechar
a pesar de las constantes trabas que se te presenten.
Puede que abunden los malos momentos
comparado a los buenos,
pero si sabes aprovechar
los pocos momentos buenos que te regala,
los malos pasaran a ser no más que lecciones,
de las cuales pueden nacer buenos consejos.
Buscar la manera
de que tu mente expele toda esa mierda
que mata lo poco bueno que hay en ti
puede ser difícil.
Pero el hecho de que sea difícil,
no significa que no sea posible.
La mía es esta,
escribiendo,
no hay otra,
solo aquí me siento seguro y me desahogo,
solo escribiendo siento nuevamente
la emoción de vivir.