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 “A veces de un hobby divertido como es la pesca, en un instante aquella aventura se vuelve fatídica donde la muerte rondó sin lograr su cometido”

Hacía muchos años que no había ido de pesca. Que las veces que había hecho de pescador fui un desastre con pocos resultados positivos. De pronto, por tanto mirar en la televisión programas de “pesca deportiva” comenzó a acrecentarse en mí esa sensación de optimismo, por  ir nuevamente a probar suerte pescando en acequias, ríos y lagunas. Esta vez, si,  con la seguridad de regresar a casa con la cesta llena de peces grandes para adobar y degustar.

Este deseo ávido cada día se me convirtió en obsesión  y  comencé a proveerme de los aperos necesarios existentes en los almacenes de cadena. En ese orden me mantuve por largo tiempo avivando la esperanza de que llegara el momento, para ir a donde fuere a pescar. Tenía mucho tiempo de no efectuar este pasatiempo de pescador. En mis años juveniles, con mucha frecuencia practique esta actividad en aguas de “la Represa del Rio Bobo”, la laguna verde y la cocha. Ahora rememoro con tristeza ese pasado vivido de osadas aventuras y furtivas experiencias logradas con cada sesión de pesca.

Una noche, al calor de unas cervezas nos decidimos con Daniel un “parcero” amigo mío de toda la vida, de irnos un fin de semana a pescar a la montaña “mama Juana” al rio “La Carolina”. Era desconocido para nosotros ese lugar ubicado a una hora de camino en vehículo fuera del perímetro urbano. Juntos acordamos la fecha y comenzamos desde ese momento con los preparativos.  Por referencias recibidas de tozudos en la práctica de esta actividad, el rio referido era el lugar perfecto para volver a iniciarme con éxito como pescador de trucha arco iris.

¡El día anunciado llegó! Era domingo. Antes de las 6 de la mañana, ya nos encontrábamos recorriendo la autopista mi amigo y yo en mi viejo Cadillac. Paramos en una pequeña estación de gasolina situada antes del peaje para llenar de combustible el depósito del auto y comprar en la tienda algunos abastecimientos y galguerías. De allí en adelante con suerte nos desembocamos por una vía amplia, pavimentada, llena de paisajes y parajes exóticos. El viaje se tornó ameno. No paramos de hablar y hablar; echamos chistes; reímos y oímos música de los 80s. El viaje fue todo un jolgorio, hasta llegar al sitio indicado.

Siendo las 7:10 AM, llegamos a la vieja casa situada a orilla de la carretera. Era tal como no la habían descrito los viejos pescadores. Salió  un señor obeso, bonachón de color a recibirnos –Adelante pescadores ¿en que puedo servirles?- dijo el señor amable- Después de saludarlo -le conteste- solo queremos dejarle el auto para que nos lo cuide -Pierdan cuidado señores… llegaron al sitio correcto- contesto el buen hombre. Acto seguido nos indicó el camino que debíamos seguir hasta la entrada que nos llevaría al rio. Queda a un kilómetro de aquí – manifestó apuntando con su dedo índice- es la única entrada… no se pueden perder…

Caminamos por la vía asfaltada con nuestros aperos a cuestas hasta la entrada. Cuando llegamos, a la vista denotaba que el camino que nos llevaría al rio era empedrado, quebradizo y polvoriento. Sin más objeciones comenzamos a descender arduamente por altibajos, cenagales y boscajes. Tardamos una hora en llegar a las aguas claras del rio “La Carolina” que atronaba desde su nacimiento en las escarpadas laderas de rocas y peñascos desgastados cubiertos de manigua. Le surten su cauce varios afluentes a lo largo de su recorrido que lo vuelven fuerte y caudaloso. Entre orilla y orilla de guijarros y arena se forman remansos de agua cristalina expuestos al sol como espejos tembladores.

¡Hacía calor! El sol, caía perpendicular refugiándose en sus aguas fugitivas. Parecían volverse dorados sus cristalinos remansos. Recorrimos con mi compañero Daniel, un largo tramo rio arriba, haciendo varios intentos de pescar con nuestras cañas. Marchaba normal nuestra faena que no nos percatamos del peligro que se trenzaba en lo alto de los picos. Daniel caminaba adelante por la orilla del rio y yo le seguía detrás.

 

Por estar tensos en que los peces mordieran el anzuelo, no alcanzamos advertir del peligro que se nos avecinaba. De pronto, el silencio del lugar se vio interrumpido por un sonido estridente, como la estampida de bestias salvajes sueltas en veloz carrera mugiendo por entre las montañas. Era  el eco de La crecida que venía talando las riberas  y remolcando con furia todo lo que a su paso encontraba por los geométricos campos. La noche anterior había llovido torrencialmente en las montañas y las aguas del rio y sus afluentes se habían desbordado por la creciente.

 

Levanté la mirada al horizonte y sorprendido vi como la cresta de una ola ancha y gigante de color de cieno se nos acercaba amenazante. ¡Corre, corre hacia lo alto! - Le grite despavorido a Daniel- Al instante sentí que, algo enorme, frio y fangoso cayo en mi humanidad hundiéndome cual débil hoja de encino en lo más profundo del rio. Me desesperó no tocar fondo ni tener control de mí mismo y más me crispó cuando vi que en mi entorno solo había agua amarillenta y residuosa arrastrándome con fuerza.

 

Braceaba y manoteaba queriendo salir a flote. ¡Era inútil! me hundía más y que comenzaba a faltarme el aire. Hubo un momento que sentí desfallecer de cansancio en el furor de la corriente de tanto forcejear para sobrevivir. De pronto, en mis últimos momentos desesperados logre cogerme de las espinosas ramas de un árbol de “guarango” del que me agarre fuertemente. Luego, me impulse hacía lo alto de la copa del árbol sin desprenderme de las ramas. Buscaba con afán la superficie para poder respirar… y, ¡afortunadamente lo logré! Sentí dolor por las espinas de sus ramas que, cual espetones se enterraron en mis manos. Exhausto, sentía como la corriente aullante e impetuosa quería arrebatarme de las ramas salvadoras que evitaron siguiera arrollado entre garras.... Por fin amaino la pesadilla y la fuerte creciente destructora. 

 

Todo volvió a la tranquilidad. Pero, yo me encontraba alejado a muchos kilómetros del serpenteante camino de la montaña. Flotaba atrapado en aguas lodosas asido de las ramas de un árbol de guarango que pendía de la saliente de un desfiladero rocoso a orillas del rio. Por primera vez sentí miedo al percibir que mi vida estaba en peligro de muerte.

 

 

 

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