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- Acúseme padre porque he pecado - Escuchó el padre Andrés mientras estaba encerrado en el confesionario, solía entrar en las tardes para dormir una tranquila siesta, en la hora en que los feligreses no acostumbraban a pasar por la iglesia. Sobresaltado, guardó la compostura.

- Cuéntame, hijo mío – Se apresuró a contestar.

- Acúseme padre porque he pecado – repitió de nuevo aquella voz al otro lado de la rejilla.

Podría ser por que encerraba cierta dulzura a pesar de tener un timbre grave, o tal vez por que no recordaba haber escuchado antes esa voz en los veintitrés años de servicio en esa parroquia, tuvo curiosidad en el hombre que le hablaba en ese momento.

- Cuéntame tus pecados – Recuperó su compostura como párroco del lugar.

- Padre, he perdido el amor a la iglesia, y a los principios que esta representa… – Empezó a decir el extraño.

- …No creo en la entidad que personifican, ni siquiera creo que hayan respetado los principios sobre los cuales se ha cimentado… – A pesar de estas palabras la serenidad acompañaba cada sílaba que aquel hombre expresaba.

- …Además considero que como tal, la iglesia es una pequeña charada, acaso ¿Quién es el hombre para considerar que algunos son más cercanos a Dios que otros?, ante los ojos del creador, ¿no somos todos iguales? -

El padre Andrés no recordaba haber escuchado tantas palabras hirientes para la institución que lo había formado, por lo menos no dichas con cierta cortesía, por un instante quiso romper el protocolo que el acto de la confesión le obligaba y salir a verle el rostro de quien le hablaba.

- …No es necesario llevar una vida especial para tener contacto con el origen de las cosas… - Continuaba el desconocido - … ¿Quién sino un hombre le ha dado ese poder que juzga especial? -

- Eso es soberbia y es uno de los pecados capitales, hijo mío – Respondió el padre tratando de conservar el nivel de guía y pastor de su comunidad.

- …No, Andrés, decir la verdad no es soberbia… – El clérigo sintió un escalofrío al escuchar su nombre con la familiaridad demostrada por el extraño.

- …No quiero desconocer las buenas obras cuando han sido del corazón, eres un buen hombre, pero debo marcharme, espero no me extrañes; llegó la hora de sacudir al hombre de su adormecimiento en medio de la frágil seguridad de la religión –

La presencia del hombre anónimo se esfumó de improviso, Andrés se levantó con la esperanza de encontrarse cara a cara y reconocer a su interlocutor.

Observó la iglesia vacía mientras a lo lejos escuchaba el ruido amortiguado de los carros al pasar; recorrió lentamente con su vista todo el lugar esperando encontrar algún indicio del hombre que se había atrevido a blasfemar de aquella manera.

Llegando a un punto su mirada quedó petrificada y una expresión de horror se escurrió entre sus labios, mientras su cuerpo se estremecía hasta hacerlo trastabillar, sus ojos estaban fijos en la pared detrás del altar.

- ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío!  – Eran las únicas palabras que al final pudo coordinar su boca al observar que ya no se encontraba la figura de Jesús en la cruz donde solía estar.

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