En una tarde de lluvia, dos amiguitas, mirando por una ventana grande de la casa, conversaban; la niña blanca decía: “Eres oscura como la noche, y yo soy blanca como la nieve.” La niña negra contestó, “Soy la hija del sol, por eso tengo este color, y tú eres esa nube que en lo alto se quedó.” La niña blanca respondió, “Soy tan clara como la luna, tú eres una neblina” La niña negra dice, “Seré la noche y tú serás el día. Mientras doy descanso, tú das trabajo, cansancio, eres como un día pesado.” Contesta la niña blanca, “Soy claridad, tú eres sombra, soy del jardín la flor mas hermosa.”
Contesta la niña negra, “Soy la nube que al mundo moja, por eso es que llueve parecido al llanto, tú eres la nieve que cae bonita, pero al pisar el suelo se ensucia.” La niña blanca se pone triste. Para de llover. La niña negra mira hacia el cielo y ve un bello arco iris. Muy emocionada dice, “¡Ves amiga, un arco iris, y tiene muchos colores! ¡Esta en el cielo y sonríe como un rey!” La niña blanca llora, “Si, es muy bonito, alegra el día y le da al cielo un lindo brillo. Perdóname amiguita, por haber sido tan cruel contigo.”
La niña negra se sonríe. “No amiguita, no tengo nada que perdonarte. No me has hecho ningún daño, solo jugábamos. El color lo creó papá Dios para el arco iris, somos humanas. Y para él solo somos corazón y alma.” Las dos niñas se abrazaron y con ternura se besaron. La niña blanca sonrió y dijo, “tienes razón Ana, por ser hijas de Dios, somos hermanas. No hay color, no hay razas. Las comparaciones te agobian, te cansan. Te quiero amiguita, jamás seré blanca, nunca serás negra. Somos dos niñitas que en el cielo adoran.” La niña negra dice, “Somos para papá Dios dos Ángeles que envió al mundo, una muy clarita, otra mas oscurita, porque así nos vio mucho mas bonitas. Una bendición dice mi mamá, lo mismo dirá tu papá. Dios nos ama y no ve color. Solo al arco iris le dio esa belleza, para que miremos al cielo y veamos su grandeza.”
Es cierto Ana, cuando miras al infinito, se puede sentir esa paz que no tenemos aquí. La luna, el sol, las estrellas, y las nubes, son un paraíso.” Las dos niñas volvieron a sonreír. Ana dijo, “Sarita, ya no llueve, vamos afuera a jugar a las escondidas.” “Muy bien Ana, yo me escondo en tu alma, y tú me buscas en la mía.”
Fin.
Autora: Carmen Lydia Rosa