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“Cuántas situaciones se presentan en el amor”
Del libro "Relatos macabreadores"

Una preciosa mata de anturio adornaba la esquina izquierda, al fondo de la sala, de la casa de la joven pareja. A pesar de que al marido no le agradaba casi nada la planta, porque según sus preferencias hubiera querido una de menor tamaño, soportaba su presencia por complacer a su esposa, pero deseando interiormente que el vegetal parara su crecimiento desmesurado, dejara de extenderse por todas las paredes y aburriera a su cónyuge para que decidiera cambiarla por otra planta decorativa de tamaño más adecuado a las dimensiones del saloncito. Nada, el cariño de la mujer por su arbusto ornamental aumentaba proporcionalmente con el crecimiento del anturio y con ellos la desesperación del marido.

La pareja llevaba unida en matrimonio sacramental varios años y no tenía la suerte de verse perpetuada en un hijo; tal vez por esta razón la mujer trasladaba todo el cariño que hubiera podido sentir por un ser salido de sus entrañas hacia toda clase de plantas que llenaban el departamentito en cantidad de formas, colores y aromas, saturando todos los espacios libres. Por sobre todas las especies vegetales, sentía un amor enfermizo por su anturio, la hermosa planta que reinaba en la sala.

Además del anturio, por el que ya se dijo que profesaba una adoración extrema, las preferidas por la dama eran las orquidáceas y en los momentos menos apropiados, delante de cualquier visitante, de los escasos que llegaban, soltaba el chorro incontenible de sus conocimientos botánicos adquiridos en la universidad, primero, y luego en el Club de Jardinería para Amas de Casa. “Pues si –decía- ahí donde usted la ve esta pequeña plantica pertenece a los antófitos, clase monocotiledóneas, orden orquidales y familia orquidáceas; ahora qué, si nos fijamos detenidamente en la siguiente, como todos debemos saber, es una violeta, claro que las violetas no son orquidáceas, no, señores, sino que figuran dentro de la división antófilos, clase dicotiledóneas, orden vilales y familia violáceas; ah, y esta otra es…”

Los clientes potenciales de su esposo rehuían las invitaciones a su vivienda para tratar de negocios para no tener que escucharla. Por fortuna para ella, su hombre todavía la amaba, porque cuando agarraba el hilo de su tema predilecto no la detenía nadie y él, en diferentes y variadas oportunidades sintió un deseo irrefrenable de retorcerle el pescuezo para obligarla a callar. El hermoso anturio se posesionó de su pared en la sala y empezó a invadir las paredes vecinas y el techo, por derecha ya tenía invadido el corazón de su dueña hasta el punto de hacerla olvidar sus citas donde el médico especialista  que estaba haciendo todo lo posible, por medio de tratamientos de toda índole, para lograr que ella quedara embarazada, con pasión más que enfermiza, dedicó todos los instantes que le dejaban las labores hogareñas a cuidar y arreglar su amada plante, claro, sin olvidar las otras, que también ocupaban pedacitos de ternura en sus pensamientos.

Las relaciones del matrimonio, poco a poco se fueron deteriorando, la mujer ya casi pensaba únicamente en sus plantas floridas y el hombre se sintió relegado a un lugar secundario, tal vez más abajo en la escala jerárquica de los afectos de su mujer; algunas veces la sorprendió hablando con el anturio, amorosamente sentada junto a él, abrazando la meterá y con la cabeza recostada contra el tallo, contándole historias inverosímiles de amores que había tenido en el pasado con otras flores pero que no habían perdurado en su corazón, y le pedía perdón, por si acaso en sus sentimientos vegetales llegaba a sentir celos ocasionados por sus pasiones del pretérito; todo esto sucedía mientras en el equipo estereofónico sonaban canciones viejas y románticas. Después de horas interminables de monólogo amoroso le limpiaba las hojas con un compuesto especial que se las brillaba y las volvía más verdes, hermosas y brillantes.

Como el comportamiento femenino era totalmente anormal y él, desde su posición de marido, aun enamorado, no deseaba lastimarla obligándola a visitar un especialista en trastornos mentales, soportó la situación hasta los mayores límites de tolerancia, y para no molestarla e importunarla mientras continuaba con sus relaciones amorosas vegetales, empezó a salir con seres humanos del sexo femenino para consolarse de la soledad a que lo condenaba su rival, el anturio de la sala.

Pasaron muchos meses y el hombre tuvo la alegría de conocer a un hijo de su sangre, nacido de las relaciones sexuales normales con su compañera sentimental más permanente. De común acuerdo con ella, decidieron seguir pagando todas las cuentas de su primera esposa pero se comprometió a no regresar nunca a la vivienda donde ella vivía feliz en compañía del anturio de sus amores. Lo que ninguno de los dos sabía era que su antigua morada se iba llenando de anturio, provenientes del primero,  que desplazaban  las otras plantas y hacían que su ex se sintiera una madre satisfecha de una enorme prole: todos los retoños de su amado vegetal.

Durante siete años no supo nada de ella y vio crecer a su hijo dentro del hogar que conformó con la madre de este, pero continuaba sufragando todas las obligaciones monetarias de su primera unión marital, sin conocer que rumbo tomó la vida de ella, la primera.

El día más inesperado la encontró, por casualidad, vestida de luto riguroso, demacrada y llorosa, la saludo de manera cortés y esperó el chaparrón de palabras que vendrían a continuación, como era la costumbre de la dama. Lo miró con una tristeza inmensa, intentando no mostrar tanta desdicha  y le dijo:

-          Hola, ¿Cómo estás?, supongo que pensaste que  después de tu partida me iba a echar a morir por ti, ¿Me equivoco?, pues no señor, fíjate que la compañía debe brindarse desinteresadamente y encontré remplazo para acompañar mis soledades; para mi desgracia, hoy me encuentro contigo en mi condición de viuda inconsolable.

-          Cuánto lo siento –dijo él- espero que puedas resignarte y superar tu tragedia.

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