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          Era un hermoso día de otoño. Todo indicaba una temperatura ideal, para comenzar un viaje de negocios, que tenía planeado hacía mucho tiempo.

          El viajero de comercio, circulaba con su camioneta, rumbo al pueblito más cercano. Sin darse cuenta lo sorprende la noche, y desea encontrar un lugar donde alojarse. A lo lejos puede divisar una vieja casona iluminada,  con un pequeño letrero en su fachada que dice “Hospedaje San Marcos”. En otro letrero más pequeño dice: “Atendido por su propio dueño”. Inmediatamente pensó: - Es el lugar ideal para mi descanso, ordenar mis trabajos para el día de mañana, y continuar el viaje

         Estaciona muy cerca de su entrada principal, recibiéndole amablemente una joven que le dice: “Bienvenido a nuestra casa señor, se sentirá cómodo, y seguramente muy pronto deseará volver”. Ingresa y pregunta si tienen una habitación libre. Su propietario un simpático obeso de bigotes espesos, le responde que solamente queda una, bautizada “La Bataraza”. Acepta la propuesta del propietario, pero antes le dice, -“Muy amable la joven que me dio la bienvenida”. El propietario le responde: “En este hospedaje estoy yo solo, señor”. El ambiente era agradable, una música suave, pero envolvente que indicaba un ambiente familiar, con olor a limpio.  Antes de irse a su cuarto, come algo liviano, solicitando una botella de agua mineral, que la llevará a su habitación.

         El cuarto es cómodo, muebles de estilo rústico, sábanas limpias y almidonadas, con un ramo de flores amarillas sobre su cómoda. En la mesita de noche un libro romántico, con un marcador de cuero envejecido Revisa sus apuntes del día,  apaga la luz y decide dormir.

    Casi enseguida, escucha algunos ruidos sospechosos, prende la luz y nada. Han pasado algunos minutos cuanto escucha aleteos y cacareos de gallinas, dándole la sensación que estaba muy cerca. Vuelve a prender la luz, y todo aquello que parecía un verdadero infierno, había desaparecido, encontrándose toda la habitación en perfecto orden. Nuevamente apaga la luz, comenzando nuevamente la misma historia.

   Se viste y va en busca del propietario. “Mire señor” le dice el viajero, “no se que pasa en mi habitación pero cuando apago la luz, escucho aleteos y cacareos de gallinas, y con ese ruido es imposible dormir”

   El propietario del hospedaje se acomoda los bigotes, se soba las manos, y le dice –“Sabe lo que pasa amigo, que posiblemente tienen hambre, lleve un tarrito con granos de maíz, que se van a calmar”.

    El viajero no podía creer lo que escuchaba, y le vuelve a repetir “Pero señor le digo que escucho ruidos, que al prender la luz desaparecen”

    El señor obeso, le trae un tarrito con granos de maíz, se los entrega, retirándose nuevamente a dormir.

    Tengo necesidad de descansar, pensaba el viajero, trataré de intentar lo que me dice este señor. Apaga la luz, y comienza el calvario. Ya con la luz prendida nuevamente, saca el tarrito de granos de maíz, que tenía bajo la cama, y lo deposita sobre la mesita de noche.

     Sorpresa fue para el viajante, que al apagar la luz, no se oyeron más los ruidos molestos.-

     El cansancio del viaje, más las sorpresas vividas,  duerme toda la noche, sin despertar. A la mañana lo primero que hace es fijarse en el tarrito. No podía creer lo que veía. Ni un grano quedaba en el fondo.

   Le comenta al propietario lo acontecido y le responde – “Mire amigo, ni Ud. escuchó gallinas, ni yo le di granos de maíz”.

    Fue tan grande su angustia que decide pagar la cuenta, y continuar el viaje. Cuando llega a su coche, observa que en el asiento del acompañante hay un gato negro. Los vidrios estaban bajos, y sus puertas con llave. Decidido sube al auto, con la sorpresa que el gato, no estaba ni en asiento, tampoco en el auto.

    Cuando llega a la primera estación de servicios, encuentra  un compañero de viajes, y decide contarle lo sucedido. Su amigo lo escucha atentamente, para luego decirle: “Mira, yo también tuve una experiencia muy parecida a la tuya, con la diferencia que cuando apagaba la luz, cantaba un gallo”

   Llamé a su propietario, un obeso de bigotes espesos, que me dijo: “Canta por que extraña a su pareja, la gallinita bataraza”. Saca del interior del mostrador una gallina, me la entrega, diciéndome que debo ubicarla sobre la mesita de noche. Realmente todo me parecía extraño, pero esa noche hice lo que me indicó. Sorpresa igual a la tuya, el gallo no cantó más, y al otro día la gallina no estaba en el cuarto. Pero con respeto al gato, te voy a decir, que puede ser el mismo, que hace rato nos está observando desde aquella ventana.

   El empleado de la estación escuchaba a estos dos amigos. “Perdón señores, Uds. estarán hablando del “Hospedaje San Marcos”. “Ese hospedaje fue famoso en la zona, pero hace varios años que está cerrado”. ¿Cómo que esta cerrado? preguntaron los viajeros. El empleado continúa: “Su dueño, era Don Juan, un obeso de bigotes espesos, que murió comiendo un pollo, y su familia decidió  sepultarlo en el patio de esa vivienda” “Desde esa fecha, permanece cerrado”. Ya los nervios de estos dos amigos, estaba al rojo vivo. “Dígame buen amigo, ¿Ud. conoció a ese tal Don Juan?” El empleado de la estación sigue su comentario: “Como conocerlo diría que no, pero en algunas oportunidades, lo observé jugando a la mancha con una liebre”

   Todo era demasiado fuerte para estos dos amigos, que deciden tomar un trago, en un pequeño barcito cruzando la carretera. Se sientan a la  mesa, y escuchan una voz que les dice: “¿Que se van a servir señores?”, se dan vuelta, y vaya sorpresa, ahí estaba Juan el obeso de los bigotes espesos. Todo parecía un conjuro de casualidades y sorpresas. Deciden volver a la estación, y encuentran de espalda al joven empleado. “Dígame compañero”, le dice uno de los viajante, preguntándole:”Ese señor del barcito, es el mismo que el del hospedaje”. Lento con la mirada perdida, el joven despachante se da vuelta y les dice: “Perdón señores, a Uds. nunca los he visto, y por acá no tenemos ningún barcito” No podían creer lo que sus ojos estaban viendo. El joven despachante era Don Juan, y sobre su hombro derecho tenía el gato negro.

   A partir de ese día pensaron que: “No todo lo que vieran sería realidad, ni todo lo que le cuenten sería mentira”

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