En ese pueblo de mis historias, que es real más callo el nombre para evitar que alguno de los personajes (que aparecen con nombres supuestos, pero fácilmente identificables) me busque problemas y hasta me demande por calumnia y difamación, a pesar de que todo es cierto, por lo menos en un alto porcentaje.
En otras historias ubico la acción en los días de mercado, que son miércoles y domingo y, a pesar del paso del tiempo, se conservan hasta hoy. Este caso también de desarrolla un miércoles y pasó a la historia del pueblo porque involucró al hombre más guapo y apetecido por las mujeres casadas y solteras con una forastera que llegó sin avisar y alborotó las hormonas de nuestro galán de pueblo.
Se bajó del bus al frente de la tienda de mis tías, donde desocupaban botellas de cerveza algunos de los señores notables de la población quienes, de inmediato, suspendieron las conversaciones y dedicaron la atención a la recién llegada, no por su hermosura sino todo lo contrario, para resumir, mi papá estaba en ese grupo y se le escapó uno de sus típicos comentarios: “esa cara, a cualquier precio es cara…” Todos rieron y la recién llegada los miró con desprecio, alzó su maleta y se dirigió a un campesino que la esperaba con un caballo, lo identificaron como un peón de don Lucio.
El domingo ya se sabía que la recién llegada era la viuda de un primo lejano del señor, dueño de una finca de las mejores, pero debido a su precario estado de salud casi nunca iba a la zona urbana y enviaba a su señora, acompañada por dos peones a llevar todo lo necesario. Como era domingo, la señora de don Lucio llegó acompañada por la recién llegada y asistieron a misa entre murmuraciones y comentarios. La señora del patrón, a pesar de los años, conservaba rasgos de belleza que contrastaban con la fealdad de la extraña, pariente de su marido.
Una de las distracciones de los varones era ir a la iglesia a mirar las mujeres y saludarlas con mucha cortesía para después criticar los vestidos, peinados, caminados y chismes. Debo recordarles que en este pueblo las diversiones eran mínimas y, en la iglesia los hombres en una nave del templo y las mujeres en otro, esto incluía los dos colegios, uno femenino y otro masculino. Los jóvenes asistían obligados y los hombres treintañeros y los solteros se quedaban en el atrio fumando y se echaban voladitas a las tiendas cercanas a tomarse un traguito.
Pues lo que tiene que pasar pasa, y no se sabe si es Dios o el diablo el que reúne dos seres tan diferentes. Ya les presenté a la fea, y los lambones del templo la bautizaron Horripila, por no decirle horripilante. Con ellos estaba Narciso, un muchacho que hacía honor al personaje de la mitología griega, era el muchacho más hermoso del poblado, pero también el más tímido. Nunca había tenido contacto con mujeres (en el pueblo, llegando a los quince años, el papá llevaba a sus hijos varones a un pueblo, donde había un prostíbulo, a volverlos hombres, ustedes imaginen el resto), como Narciso era huérfano de padre no tuvo quien lo llevara a iniciarse como varón).
Nunca se supo como pasó, lo cierto es que su madre era amiga de la esposa de don Lucio y un día fueron a hacerla una visita, parece que allí Horripila lo invitó a dar una vuelta por la hacienda mientras las señoras conversaban y por allí, entre los matorrales lo cogió por su cuenta y lo volvió hombre. Este pobre muchacho, sin ninguna experiencia ni quien lo aconsejara, les tomó gusto a las relaciones sexuales con esa fea que, por añadidura, le doblaba la edad y presionaba a su mamá para visitar la finca de don Lucio. Al principio la buena señora no sospechó nada, pero en este mundo todo se sabe y más temprano que tarde se descubren los secretos mejor guardados, con mayor razón en un pueblo tan pequeño.
Pues uno de esos días en que la pareja buscaba su escondite entre los matorrales, pasó uno de los caballeros chismosos y notó algo extraño en el comportamiento de la pareja, desmontó y los siguió de lejos hasta descubrir lo que muchos sospechaban. No los interrumpió en su entrega amorosa y se alejó en su caballo rumbo al poblado para reunirse con sus compinches a contarles con todo detalle lo que vio y hasta lo que no vio.
En estos pueblos se dice que pueblo pequeño es infierno grande y no les falta razón. Los comentarios llegaron a oídos de las dos señoras de la historia, o sea la madre de Narciso y la esposa de Lucio. Esta despidió a Horripila y, hasta ese momento ninguno había notado que desconocían el verdadero nombre, esta desapareció y jamás se supo de su paradero. El muchacho rogó y suplicó a su progenitora que le permitiera ir a buscarla porque era el amor de su vida y su petición no logró ablandar el corazón de la madre.
Bueno, todo lo que empieza tiene que terminar y esta historia no puede ser la excepción, una tarde el muchacho escapó de la vigilancia de su santa madrecita y corrió al lugar de sus encuentros íntimos con la fea. Pasaron las horas y como no regresaba a casa la dama pidió a sus vecinos que salieran a buscarlo, entre ellos los chismosos del atrio de la iglesia. El que descubrió el enredo sospechó donde podía estar y los llevó a donde los vio en su entrega sexual; allí colgaba el cuerpo del hermoso del pueblo despechado por el final de su romance.
Edgar Tarazona Angel