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Dos mujeres se encontraron, de pronto, sentadas en la antesala del cielo. Enmudecidas por la sorpresa, se miraron con extrañeza sin comprender del todo lo que hacían ahí. Entonces, cada una por su lado, recordó el momento previo a su muerte.

La primera en llegar, quien por cierto tenía una belleza y distinción dignas de reconocerse, miró disimuladamente a su compañera de espera mientras hacía un repaso de lo que fue su vida. Pensó que seguramente entraría al cielo sin problema alguno pues llevó una existencia de lucha incansable. Como abogada, había tenido en sus manos casos verdaderamente complicados, aunque, claro está, se vio en la necesidad de manipular algunos de ellos para conseguir el éxito. Siempre luchó por alcanzar sus ideales, por ser la mejor en todo...y lo había logrado.

Sus ojos verdes se posaron brevemente en las manos de la mujer frente a ella. Maltratadas, resecas, con las huellas imborrables del trabajo arduo. Se veía humilde, con sobrepeso, la ropa gastada, los zapatos baratos pero pulcramente aseados. La examinaba mientras aquella miraba con melancolía las fotos que llevaba guardadas en la bolsa de su delantal. Eran niños, seguramente sus hijos.

¡Qué afortunada fue! -pensó- Se realizó como mujer y tuvo hijos, tendrá quien le lleve una flor a su tumba, seguramente cada noche una oración triste y sincera se elevará al firmamento pidiendo por el descanso eterno de su alma, por su bienestar y paz. Cuando los años pasen, su presencia en la tierra seguirá perpetuada por ellos que seguramente tienen esa misma ternura en la mirada. Seguirán compartiéndole sus anhelos aunque ya esté muerta, tal vez, platicarán de ella a sus hijos cuando crezcan y hagan su vida. Alguno intentará perseguir los mismos sueños que dejó truncados por dedicarse a su cuidado y le brindará sus triunfos sabiendo que lo estará bendiciendo desde acá...yo, en cambio, tuve un funeral fastuoso en un velatorio lujoso, el mejor ataúd, los arreglos de flores más ostentosos...pero ninguna lágrima sincera. Ningún hijo desgarrado por el dolor, no tuve un esposo que amorosamente me despidiera con un beso en los labios. Mi único amigo y socio, estaba más preocupado por beneficiarse de mi muerte...En ese instante, la otra mujer fijó, brevemente, su vista en ella, desvió la mirada evadiéndola y envidiando en silencio su buena fortuna.

Las arrugas prematuras que poblaban sus ojos se hicieron más evidentes. Le faltaban algunas piezas dentales, jamás se dio tiempo para acudir al dentista y poner orden en su salud bucal, como tampoco lo hizo con su bienestar en general, debido a esta serie de desidias ahora estaba muerta. Pero se sentía bien a pesar de todo...descansada por primera vez. Después de cuatro hijos y un marido tan absorbente jamás tuvo ocasión de tomar un respiro en su agitada vida. Cuidó a sus pequeños con devoción y entrega total, cumplió cada uno de los caprichos de su esposo, sacrificó sus anhelos para que estuvieran atendidos y contentos. Se olvidó hasta de si misma en ese empeño afanoso...Volvió a mirar a la dama que la acompañaba.

¡Qué hermosa era! El cabello pelirrojo   le caía sobre los hombros como una cascada irreal. El rostro libre de imperfecciones, perfectamente maquillado, la figura esbelta, las manos impecables luciendo uñas largas cuyo barniz rojizo con dibujos diminutos y perfectos en cada uña hacía juego con el cabello y los labios. La ropa que llevaba era cara, se veía en seguida la calidad de la tela fina del vestido primorosamente confeccionado que caía como una brisa etérea sobre sus rodillas perfectas y sus piernas de maniquí.

-Vaya, se ve que ella sí disfrutó la vida -pensó- seguramente es una triunfadora, conquistó sus sueños. Hay personas que nacen con estrella, y bueno, así son las cosas. En cambio yo, trabajando de sol a sol, apenas con un café negro en el estómago hasta bien entrada la tarde, después del trajín de todo el día, del eterno batallar con los hijos que solo saben pensar en lo que quieren sin tener consideración, el esposo todo el tiempo inmerso en el trabajo, a ver ahora cómo se las arreglarán, cuando adviertan que no solo falleció la madre y la esposa sino que también se fue la cocinera, la sirvienta, la sexo servidora, la enfermera, la psicóloga, la amiga, el paño de lágrimas, la aguantadora, la que no pide nada pero que siempre da todo. Ojala que mi existencia hubiera tenido un poco de la suerte con que vivió ella.

En ese momento, en el salón apareció otra mujer. Esta era vieja, pero a pesar de su edad, llevaba el cabello teñido de un color índigo casi escandaloso, su faz curiosamente no se notaba tan avejentada. Se veía contenta, casi radiante. Llevaba un pendiente colgando de la oreja izquierda y de la otra un hilo rojo sustituyendo al arete faltante. Su ropa era..."diferente" casi hasta divertida. Llevaba una especie de botines calzando sus pies y un morral colgado al hombro, pantalones anchos en colores brillantes y una blusa sin forma que para nada hacía juego con el resto del atuendo. Recorrió el cuarto observándolo todo: los sillones, la decoración, el techo, a las mujeres sentadas que se hacían las disimuladas.

Las saludó amablemente con una sonrisa maravillosa que casi le abarcó por completo el rostro, pero aquellas le respondieron secamente, con indiferencia, a pesar de que la curiosidad por la personalidad confusa de la recién llegada les carcomía por dentro. A ésta no le importó la falta de calidez de las desconocidas y sentándose con desparpajo, se puso a silbar. Mientras tanto, las curiosas muertas recientes meditaban, cada una por su lado, en lo sola que habría vivido la recién llegada debido a su locura evidente. Además, nada de lo que hacía concordaba con su edad, estaba evidentemente chiflada y se compadecieron de su desgracia.

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