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Esta historia no es inventada, me la contó un taxista de Medellín mientras hacíamos el recorrido de la Terminal Norte hasta mi casa, muy simpático y charlatán como la mayoría de los paisas y, para no desentonar, de pronto el tema se dio por el trago y las festividades que tanto gustan en este departamento.

Más o menos en la mitad del recorrido, por la avenida Regional, rumbo al sur de la ciudad, pasamos por el frente de la FÁBRICA DE LICORES DE ANTIOQUIA y allí nuestro chofer suspiró y dijo que nos iba a contar una historia que le ocurrió a uno de sus tíos; y nos aseguró, casi con juramento que era la pura verdad.

Un hermano de su señor padre abusaba diariamente de las bebidas espirituosas, por no decir alcohólicas y, como se puede suponer, era un alcohólico de marca mayor, si es que entre borrachines se puede hablar de marcas personales. Porque trago si beben de todas las marcas y por mayor. El caso es que este tío acabó hasta con el nido de la perra, como se dice popularmente, gastando en trago, mujeres y juego todo el patrimonio familiar del hogar que tenía con su legítima esposa quien, al ver este desastre lo echó de la casa. Tan de malas el tipo que la amante también lo mando para el carajo (siempre he preguntado donde queda, pero nadie me da razón, sospecho que está muy lejos).

El pobre hombre, como siempre sucede, le pidió a su madre (la de él) que lo acogiera en su casa y, como las madres tienen el corazón tan grande y blando lo aceptó, pero le advirtió que solo la posada y ni un peso para ningún gasto y menos para licor. Don Gilberto, que así se llamaba el borrachín, salía todos los días a caminar y entraba en los bares y cantinas donde alguna vez gastó hasta el último centavo a ver si algún alma caritativa le socorría, por lo menos, una cerveza. Al principio le gastaban algún trago, pero al paso de los días nada de nada.

Recordó que la fábrica de licores ya nombrada quedaba a unas diez cuadras de la de su madre y todos los días empezó a caminar hasta dicha empresa. Desde que empezaban a entrar los obreros hasta la hora de la salida, Gilberto se sentaba en un lado de la puerta, no para ver entrar y salir gente y carros sino para aspirar el olor del alcohol (eso nos contaba el chofer) y al terminar la tarde ya se iba borracho para la casa.

Pasaron cinco años de borracheras odoríferas (o sea por el olor para los que no entendieron) y el alcoholismo del tío llegó a limites tristes y dolorosos; de pronto empezó a ver visiones y el médico dictaminó Delirium tremens y cirrosis hepática. Dia tras día el hombre se agravaba, pero no dejaba de ir a postrarse en la puerta de la fábrica. Un día empezó a ver visiones aterradoras y a convulsionar, dl portero pidió ayuda y cuando llegó la ambulancia Gilberto había estirado la pata, como quien dice estaba muerto. Aquí, en este punto nuestro chofer terminó su cuento y como ya habíamos llegado le pagamos y bajamos maletas, hasta el día de hoy no lo he vuelto a encontrar.

Como yo soy muy curioso y la historia no me convenció, decidí ir a la Fábrica de licores a comprobar el olor. Me sorprendí a no sentir ningún aroma raro. Pensé que, tal vez, tenía la nariz tapada así que regresé varias veces solo o acompañado y jamás olimos nada parecido a trago de ninguna índole. Pura paja del chofer paisa, jajaja. Y como no quería tragarme el cuento yo solo por eso lo comparto. No se emborrachen con olor, jajajaja.

Edgar Tarazona Angel

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