Matando el tiempo
Estos son algunos de los extractos de memorias, remembranza y más; un tiempo que se quedó casi huérfano y por cuestiones de la vida y nuestro sempiterno señor Dios no queda en el olvido. Hubo un tiempo, donde la naturaleza nos proporcionaba infinidades de juegos. El revolcarse en la tierra jugar y sentir, el barro en las manos y los pies, era por decirlo así muy agradable es el acercamiento y el llamado ancestral de nuestra madre tierra. como ese primer contacto entre tu paladar y un buen chocolate, lo demás lo dejo a tu imaginación. Hacer hoyos en la tierra con un simple palo; era un pasa tiempo en el tiempo. Jugar con las hormigas y bachacos. Aunque esos bichos nos producen algún mínimo de pánico por sus mordeduras era interesante curucutear en su habitad, quitarle las antenas y ponerlos a pelear nos creaba un ambiente una batalla imaginaria como aquellas contadas por Merlín el mago en tiempos del rey Arturo contra los sajones. Eso pequeños insectos que semejaban a aquellos portentosos caballeros con su relucientes armaduras y las tenazas de sus bocas eran sus afiladas espadas. Así eran mis tiempos, quizás todavía existen algunos niños que libren y lideren estas batallas.
La naturaleza
En mi pueblo un lugar llamado valle de la pascua del estado Guárico donde todavía quedan algunos vestigios de casa tipo colonial tan antañas como el mis pacheco, casas hechas de barro paja y madera de techos de tejas de arcilla juasjua, que es como varas de bambú que soportaban el peso del barro y la teja. En los patios y solares de estas casas hay ciertas plantas que sus semillas al mínimo contacto con la humedad explotan y se dispersan en varias direcciones proporcionando una vista muy colorida purpura y agradable a cualquier espectador. Los niños tienen por costumbre jugar con estas semillas. Recuerdo que hacíamos competencias los muchachos de mi vecindario hermanos y primos en recolectar gran cantidad de semillas de esa planta que nacen como monte en los solares de muchas casas y que en tiempo de invierno a verano están por todos lados. Esas semillas después de recolectadas nos las metíamos a la boca en gran cantidad y empezaban a explotar el que aguantara más tiempo con ellas en la boca ganaba. Así eran los tiempos de antes.
Tremenduras de la niñes.
Quien no hizo tremenduras, tiro lo piedra y escondió la mano. Yo que era niño ni el tiempo y la hora conocía. Para mí el fin de semana recordándolo ahora, era como irme de vacaciones después de una semana de escuela. Era lo mejor; Pararme de madrugada y ponerme a curucutear las cosas de la casa era una aventura. Inventarme un juego tan simple como tira una piedra era entretenido. Montarme en un árbol y sentirme un tarzan era único a veces recuerdo haber imitado aquel alarido de tarzan de la selva el cual nunca me salió igual y me mandaban a callar, mas era el escándalo y la gritería que la imitación. La imaginación siendo niño no tiene límites. Solo aquellas que me impedían mis padres por ser muy osadas o peligrosas.
Si recuerdo la más peligrosa era caminar y correr por arriba de los paredones que tenían más de 3 metros de altura que acababa de fabricar mi tio pancho Arteaga en el estacionamiento de su solar y yo que siempre fui regordete era una Azaña. Esa Azaña me salió muy mal y me dejo una cicatriz en mi brazo derecho. Andaba corriendo por arriba del paredón de cemento el cual sus columnas esqueléticas y en cabillas aún no habían sido rellenadas con cemento; las cuales las utilizaba de soporte para bajarme del paredón como tensor de resorte una especie de bonyie; uno de los alambres que sobresalían del armazón que amarra las cabillas me hizo una incisión entre la mano derecha y el brazo. Resbale y caí; como pude me pare y Salí trasteando y asustado a la casa tome una tira de tela que parara el sangrado; lo primero que agarre fue una que estaba en el gallinero de la casa sucia y curtida. me la puse en la mano y me acosté como angelito que nunca hace nada. Mi mama que acababa de llegar de la misa de abuela Guillermina pregunto por mí a mi hermano mayor. Mama siempre fue una mujer de carácter templado. se dio cuenta de que yo estaba tranquilo, callado y acostado boca abajo ocultando la mano bajo mi cuerpo. De inmediato me pregunto que tenía y yo con miedo a su reacción le dije que nada. Ella que no es tonta se percató de la sangre tira de tela me la quito sin decirme nada me limpio la herida con alcohol y algodón y luego me llevo al hospital para que me suturaran la herida y de regalo una inyección de antitetánica por si acaso. Más nunca hice la gracia en aquel paredón.
En otra ocasión en el caserío de chupadero en una pequeña parcela que tenía mi papa. Andaba en otras de tarzan. Amarrando un mecate en la parte alta de un cedro. Como pude lo amarre a una rama la cual quedo bien ajustado al árbol; me encarame sobre la línea de alambre púa tome impulso y me lance al vacío en una de tarzan, el pobre mecate no aguanto y fui a dar de frente con las líneas de alambre púa las cuales me hicieron un buen rasguño a la altura de mi abdomen. Ese si me dolió ya que los alambres estaba oxidado y me produjeron gran dolor. No fue como para agarrar puntos de sutura pero si me dejo la cicatriz de por vida tremenduras infantiles.
Esa misma cicatriz casi me salva de pagar servicio militar. El médico del CEAMIL Guárico, que estaba haciendo las observaciones de rutinarias se percató de esa cicatriz y me pregunto si yo había sido operado de apéndice o alguna intervención delicada que pusiera en riesgo mi vida durante la prestación del servicio. A lo que yo le conteste con mi anécdota pasada. Y de una vez a servir a la patria. Esa fue otra aventura no de tan chico, harina de otro costal.