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Desperté muy temprano, eché un vistazo por la ventana y tuve el placer de admirar aquella madrugada simplificadamente preciosa, por un cielo con la iluminación precisa de pequeñas y grandes estrellas y con la suerte de presenciar el nacimiento de la cambiante luna llena, la cual teñía de plata las olas del mar y hacía a la arena brillar; no supe con exactitud que hora era, pero el horizonte revelaba que en poco tiempo el sol haría acto de presencia.


Fue entonces cuando me di cuenta, que Dios me regalaba uno de tan majestuosos obsequios, recompensándome el que estuviésemos lejos; me senté en la arena y decidí permanecer, hasta que el sol apareciera.


Mientras observaba el paisaje con cada uno de sus prodigios, comencé a recordar nuestros bellos momentos, el aire cálido que peinaba mi cabello me recordó tu cuerpo húmedo y tibio, y cuando el agua salada tocó mis pies pensé en la miel, sabor de tus labios; fue entonces cuando el sol comenzaba a iluminar mi cuerpo y al de mis recuerdos el fuego de tus caricias.


Me puse de pie y caminé hacia el agua, mi cuerpo semidesnudo se erizo por completo al sentir el agua, y de nuevo me hundí en el mar de mis recuerdos de la misma calidad del agua, fríos, cuando por alguna u otra razón discutíamos, cuando nos sabíamos maltratados por la gente, cuando no culminábamos satisfactoriamente alguna situación o proyecto, aquella ves que nuestro amor parecía disolverse, la preocupación si alguno de los dos caía enfermo y cuando ambos sufrimos nuestra ausencia.

 

Alcé la mirada y el sol ya daba sus mejores rayos, noté mi piel más bronceada y preferí volver a la cabaña, mi pequeña cómplice y guarida.


Al entrar me di cuenta que sólo llevaba conmigo muchos recuerdos, una fotografía tuya, suficiente ropa, en la cual no podía faltar la camiseta que algún día me regalaste después de un largo viaje, precisamente a la playa. Tome entre mis manos la camiseta y la apreté fuerte a mi pecho, sentada frente a la ventana bebía sorbo a sorbo mi café, observaba detenidamente las esbeltas palmeras, cerré mis ojos y tu imagen estaba allí, al abrirlos de nuevo, miré el cielo y parecía nublado, como si a el también le doliera tu ausencia, después de un sol brillante, se torno taciturno y pequeñas gotas ya comenzaban a caer, raro en aquel lugar en punto de las 10:00, tomé del tumulto de ropa un largo suéter, me cubrí y salí de nuevo a reunirme con el mar, que para entonces ya era mi cómplice también.


Desvanecí el suéter por mis brazos y entusiasmadamente me deje rodar; al sentir la arena mojada por toda mi piel recordé la tuya, dorada como aquellos destellos, envolviendo todo mi cuerpo, como en esos momentos cuando nos entregábamos sin reserva.


Al parar, sobre mi cara rodaban las gotitas, me incorporé poco a poco, preguntándome ¿Estas pensando ahora en mi amor? Sin obtener respuesta alguna, corrí frenéticamente por toda la orilla del mar sin importar que la lluvia golpeara mi cuerpo.


Caí y no supe si lo que rodaba por mis mejillas eren lagrimas o lluvia, pero sin duda el no estar junto a ti era tan lacerante como las heridas de un escultor aprendiz, corrí y corrí hasta que la lluvia cesó y supe que el agua salada que mojaba mi rostro provenía de mi propio mar, el aire se encargó de retirar cada reveladora gota cristalina.


No tenía idea, cuanto fue que me aleje de mi cabaña, pero me detuve y me sumergí en el agua para refrescarme y retirar de mi cuerpo el sudor.


La pesadez del agua me había dejado agotada el dolor se sentía a cada paso que daba, ya camino a casa, y sin duda me hizo recordar el cansancio que me hacías sentir después de pasar toda la noche juntos.


El sol que por la mañana me había saludado, en ese momento comenzaba a caer, aquel ocaso llamó mi atención y me detuve para despedir el sol; miré frente a mi y mi intuición no me engañó, me encontraba a unos pasos de la cabañita.


Sin pensarlo, me dirigí a la cocina y bebí bastante agua, estaba sedienta y hambrienta; encendí una pequeña fogata a pocos metros de la cabaña y prepare un platillo cualquiera que sin duda acompañé con un buen vino tinto.


Mirando el mar teñido, como si hubiese derramado un poco de vino, dirigí mi vista al cielo y caí desplomada observando la bella luna, responsable del rojo mar, que poco a poco dejaba de ser llena, menguaba, para acunar mi soledad.


Estaba fascinada con el manto estelar y con la bella melodía del mar, aun que me di cuenta, que todo sería mejor si tu hubieses estado ahí, pero supe también que a lo largo de ese tiempo tan maravilloso que hemos estado juntos, todos esos recuerdos que ese día me abordaron, y hasta los que no recordé con exactitud, y no por ser menos importantes, me mostraron que tenemos una historia, nuestra propia historia de amor.


Fue entonces que me di cuenta que te amaba más allá de lo que mis propios límites me permitían, que sin ti nada, absolutamente nada es igual, si tu te alejaras de mi me perdería, por que así nada más, por ser sencillamente como eres, te volviste mi prioridad, mi oxígeno, eres ya parte de mi y tengo aquí en mi pecho esa agonía de hacerte saber cuanto significas para mi.


Frente a la noche, supe que si en tan solo un día sin ti, sentía asfixiarme, no tarde en encontrar la respuesta a ¿Qué pasaría si te fueras de mi? Te amo demasiado y ya no pienso separarme de ti, y tampoco quiero que me dejes libre jamás, por que sería fatal, pues te llevarías con tigo, el amor, el deseo, mis sonrisas, hasta mi alma partiría con tigo, moriría en vida, he roto con mis propios esquemas, que yo creí inquebrantables.


Si, amor, este mensaje no miente es cierto en su totalidad, estoy enamorada de ti como una idiota y aun que se que estas revelaciones no son sencillas, me deshago de prejuicios y complejos.


Esa noche baile sola alrededor de la fogata, creo que si alguien me hubiese visto me hubiera descrito como desatada, irrazonable; pero celebraba el saber que amaba a el hombre más singular, que haya conocido, y tal ves con cierta presunción le gritaba a aquella preciosa naturaleza que me rodeaba, que yo también era amada, pues mis recuerdos me lo habían revelado con insistencia.


Cogí un poco de agua del mar, apague la fogata y decidí emprender camino con destino a tus brazos, creo que no me bastó una cajetilla de cigarrillos para calmar mi ansiedad de besarte y decirte cuanto te amaba.


La carretera parecía mojada por el reflejo de la luna, yo tenía una hermosa vista, mientras manejaba pude despedirme de la playa.


Ahora tenía un secreto, una pequeña historia en el mar y una botella mensajera donde todo fue detallado con tinta y papel, que navega por aquellos mares, que con suerte algún día podría llegar a tus pies por el bailar de las olas.


Este misterioso mar de amor y recuerdos permitió a esta botella naufragar por sus aguas, contiene mensajes que estarán en manos, sólo de quien se ha entregado sin reservas y a amado incondicionalmente, ahora lo sé, por eso, han llegado a ti.

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