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         Hasta en los días mas espléndidos ocurren desgracias. Es posible que forme parte del equilibrio natural de las cosas. O quizás sea la voluntad de una conciencia superior a la nuestra, que nos avisa de que no podemos confiarnos en ningún momento. Pero fuera lo que fuese, quedaba claro a la luz de lo acontecido aquel maravilloso día que  las desgracias no respetan los días hermosos.

         Era un día de primavera inusualmente cálido. Los termómetros subían de los veintiséis grados, y el sol nunca se había visto más grande y más luminoso. El cielo estaba totalmente despejado, a excepción de unas pequeñas y algodonosas nubes que permanecían estáticas en el firmamento. Los árboles en flor resplandecían bajo la luz de los rayos del sol. Y el césped recién cortado estaba verde y despedía buen olor. Los ciudadanos de aquella comarca no fueron capaces de recordar un día tan perfecto.

         Atraído por la brillante mañana, Javier salió al exterior. Al ver la claridad de aquel espectacular día, Javier no pudo resistirse. Debía formar parte de aquella maravillosa estampa. Quizás así lograra despejarse. Era posible que se le pegara algo de aquel día que derrochaba optimismo.

         Apenas salió a la calle sintió una pequeña punzada de frío. Era posible que no hiciera tanto calor como clamaban los noticiarios. A pesar de todo, apenas había comenzado la primavera y había salido a la calle con mangas cortas. Pero esa pequeña punzada de frío se hizo mayor, sintiendo ya escalofríos. Siempre había sido muy friolero. Además comprobó que se hallaba a la sombra. El ambiente aún está frío en esta época del año y sólo se nota el calor en contacto directo con el sol.

         Esto es lo que Javier pensó, pero debía de darse prisa y acercarse a la luz o se resfriaría. La sombra no se extendía demasiado larga. Sólo al cruzar la calle podría tostarse al sol. Pero para sorpresa de Javier, a cada paso que daba su frío aumentaba. Ya estaba tiritando. No era posible, un termómetro situado en la calle marcaba veintiocho grados. No obstante fuese posible o no, un frío invernal se apoderó de Javier. Se sentía como si hubiera salido en ropa interior en pleno mes de enero. Intentó correr en busca del sol, pero su estado se lo impedía. Solo logró dar una zancada torpona y lenta. Sus manos estaban enrojecidas y heladas, al igual que sus orejas. Miró a su alrededor. Otros transeúntes caminaban tranquilamente por la calle. Ninguno parecía afectado por aquel frío tan perverso. Echó una mirada hacia atrás. Quizás debería volver a su casa, y encender la calefacción. Pero se le antojaba distante, estaba más cerca de la luz solar que de su casa. Algo le decía que no conseguiría dar marcha atrás. Que se congelaría antes de entrar en casa. Su única esperanza era cruzar aquella helada sombra.

         Siguió caminando. Sus labios estaban ya morados y no sentía los dedos de manos y pies. De su boca salía gran cantidad de humo blanco, y los pulmones le dolían al respirar ese aire congelado. A cada segundo el helor que sentía era mayor. No sabía cuanto tiempo podría resistir aquellas temperaturas. El sol lo esperaba tentador a sólo unos pasos. Su tembleque y su postura era tal, que atrajo la mirada de algunos curiosos caminantes. Sus brazos pegados al cuerpo en un fuerte abrazo, sus piernas flexionadas y con caminar lento y pesado. Pero poco importaba. Hasta las ideas se le habían congelado. Sólo podía pensar en llegar al sol. Un único paso le separaba del cálido resplandor. Su esfuerzo fue titánico. Pero creía que si alcanzaba la luz solar su horrible congelamiento desaparecería. Tan pronto posó un primer pie en la iluminada calle, un estado de triunfo lo invadió. Pero aquel sentimiento fue lo más cálido que experimentó. Su frío no disminuyó a pesar de lo que él creía, sino que al contrario, su temperatura continuó bajando como hasta el momento. Aún logró avanzar unos cinco pasos antes de morir congelado. Su cuerpo quedó petrificado.

         Aún de pie, como una estatua en honor a su última lucha. De su cuerpo salía una escarcha blanquecina que lo recubría casi por entero. Lo cómico de aquella postura atraía furtivas miradas. Pero pasaron varias horas hasta que se dieron cuenta de que aquella figura estaba muerta. A pesar del tiempo pasado y de las altas temperaturas, el hielo que recubría su cuerpo y lo mantenía en pie, no se descongeló.  Aquel suceso tuvo gran repercusión. No había precedentes del que había ocurrido. Un hombre congelado en mitad de un caluroso y espectacular día de primavera.

   Lo extraño del suceso produjo gran cantidad de comentarios. Unos afirmaban que era producto de algún medicamento experimental y que los gobiernos guardarían silencio sobre los hechos. Se oyeron argumentos sobre el cambio climático, brujería, mal de ojo, mal de amores y muchos otros. Pero fuera como fuese, los forenses lo único que encontraron fue hielo en su corazón.

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