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Tratado de simiología

 

Como primatólogo, un día descubrí que existían más especies de monos de las descritas por la ciencia zoológica. Existe el mono culo que aparte de tener un culo enorme posee un solo ojo. Eso sí, un ojo aristocrático con el que suele mirar con soberbia o desdén cuanto le rodea. Está el mono corde, se trata de un primate con un solo tono de voz aflautado y dulce, por eso, cuando se enfada, nadie le toma en serio. El mono tono pudiera parecer similar, pero el tono no se refiere a la naturaleza de su voz si no a su talante. Blandengue y civilizado, quisiera ser uno de esos machos de espalda plateada que acaparan todas las hembras y que recurren al infanticidio en caso de producirse, dentro del harén, una concepción en la que tenga serias dudas por lo que respecta a la interposición de su semilla en el embarazoso asunto. De presentarse una infidelidad en sus relaciones de pareja, el mono tono, como buen pusilánime que es, simplemente recurre al divorcio.

 

            El mono temático aburre a sus oyentes. Obsesivo hasta la extenuación, en cuanto coge un tema no lo suelta hasta analizarlo desde todos los ángulos posibles. Cuando consigue extraer cada una de las premisas o conceptos derivados de él, el tema no tiene ya mayor consistencia que un limón estrujado. Pero, para entonces, su público ya se ha dado a la fuga. En respuesta, el mono temático subirá a las ramas más altas y vociferará su discurso a la selva entera, para que todos sepan que la obsesión da sus frutos, que el tema, una vez vapuleado y mareado lo suficiente, da para otros subtemas que a su vez generan otras líneas colaterales que invariablemente desembocan en otras subtemáticas que… Y así hasta la saciedad.

 

            El mono plaza no deja subir a nadie en su auto, se niega en redondo a compartir transporte. Se la trae al pairo la ecología, el ahorro de combustibles y la disminución en las emisiones de gases de efecto invernadero. Cuanto más dióxido de carbono disuelto en la atmósfera, razona, más altos crecen los árboles y más densas son las selvas. Y, como mono, eso último es lo único que le importa. Y no le falta razón.

 

            El mono parental odia la familia. Es único, se hizo así mismo o tal vez su madre lo abandonara en el arroyo; algo más que probable. En cualquier caso, no le debe nada a nadie y sigue su camino en soledad, al margen de toda ley o principio. Por navidades le acosa la nostalgia y gruñe, echa de menos a alguien aunque no sabe muy bien a quien. En los momentos más agudos de esta tristeza insomne, falto de ternura y consuelo, sube al tejado y aúlla a la Luna. Al no recibir respuesta del astro, rompe las tejas, se cuela por la chimenea, vuelve a subir armado de la guía telefónica y el móvil y llama, así, a pelo, a veces al tun tun y otras siguiendo el orden alfabético de los apellidos allí enumerados. Gruñe al recibir una voz del otro lado del inmenso vacío, corta y llama a otro número. Y así hasta que se calma. Cosas de monos.

 

             El mono sílabo es un primate carente de verbo, poco hablador. Lo resuelve todo con un sí o un no. El depende o el quizá escapan a sus habilidades vocales. En extremo taciturno, siempre existirá la duda de si su postura contraria a la comunicación es debida a su gran inteligencia. El mundo, cada día que pasa, a cada hora y a cada minuto, recibe cientos de miles de idioteces en forma de vertidos verbales. El mono sílabo, en su sapiencia, se abstiene de colaborar en semejante polución ambiental. Por el contrario, quizá su silencio se deba a una supina estupidez que le impide articular una sola idea, pues éstas requieren de demasiadas palabras para su concepción. Nunca lo sabremos.

 

            El mono lingue se niega a hablar otras lenguas que no sean la suya, las demás le producen rechazo y estupor a partes iguales. El mono lingue no acaba de asimilar la caída de la Torre de Babel, cree que su lengua es la única capacitada para alcanzar una comunicación fluida y razonable. Hostil a cualquier idioma, dialecto o bifurcación lingüística que pueda engendrar otra lengua, intentará arrebatar la palabra a todo aquel que se exprese con otras distintas a las suyas. ¡Habla en cristiano perro catalán! Con los vascos no se atreve porque teme a las bombas-lapa, unos moluscos univalvos que se adhieren a los bajos de los coches y que se activan cuando lo que oyen no es eusquera. La lengua que hablábamos todos antes de que Babel se desmoronara.

 

El mono logo no escucha a nadie que no sea a sí mismo, el sonido de sus palabras le causa un placer insano. En los casos más graves llega a masturbarse al compás de su discurso dilatado, vasto, inabarcable e inacabable. Aunque alcance el orgasmo a los pocos minutos de iniciar su perorata, tras el feliz evento continuará su parloteo durante horas, en busca de un segundo, un tercero o un cuarto orgasmo. Como buen verborreico que es, el mono logo gusta en esparcir su discurso con la eficacia de una ametralladora. A veces se atropella, pierde pie y balbucea. No pasa nada, retoma el hilo con la trascendencia e inmortaliza sus palabras en el aire de una sala de conferencias, de un púlpito, de un aula, de un callejón. Ignora la existencia del papel o las ventajas del formato digital. Nada como la garganta para emitir el sonido que amalgama las oraciones y nada como el aire que las acoge. Al fin y al cabo, en un principio fue el grito, luego el grito formuló al mono. Por eso, allí en la selva, primero se oye el griterío del simio y luego se le ve. Prueba evidente de que el primero produce al segundo.

 

El mono cromático siente devoción por un solo color, el que sea. Una vez escogido un cromatismo al cual adorar de entre todo el espectro del Arco Iris, no abandonará el culto fácilmente, rendirá pleitesía a ese color en concreto el resto de sus días de no remediarlo un golpe en la cabeza, un descreimiento agudo o una desprogramación practicada en el sótano de un extrarradio. El mono cromático buscará la compañía de otros adoradores, se organizará en un clan unicolor que expresará su faceta más agresiva contra los clanes de otros colores. La bestialidad, el instinto primario,  la insania de la competencia se convertirán en la tarjeta de presentación, en las características más reseñables del grupo organizado de monos cromáticos. Hundidos en el barro hasta las rodillas, se enfrentarán contra el clan rival por la posesión de una charca hedionda, emponzoñada de agua sucia y larvas de mosquito. La confrontación entre los dos grupos se materializará a golpe de fémur o de quijada, y tan sólo cesará con la imposición de una tregua o de una retirada estratégica por parte de uno de los dos bandos; eso sí, después de ser abatido el líder respectivo con el primitivo método de un impacto de hueso.

 

Todas estas algaradas, todo este trajín de monos, con dentelladas, golpes y tirones de oreja, son la razón misma de la existencia del mono cromático; pues, sin el conflicto con el rival, se siente turbado, desahuciado y andrajoso, en una palabra: perdido. La noción de individuo lacera su cordura, el esfuerzo por ser el mismo le lastima y perturba profundamente. El individuo debe disolverse en el grupo para alcanzar la integración social, antesala de la felicidad. El mono nace y se expresa en la horda, sin ella no puede afianzarse como primate de pro. La horda dirige sus pasos, consuela su extravío, alienta su desatino y amortigua su estupidez, intrínseca e individual, al tornarla en colectiva. Todos somos uno, dice el mono cromático. Y ese todos se transforma en un multiorganismo propenso al linchamiento y al odio en vena. Cosas de monos.   

 

El mono teísta es el primate más irreductible de nuestro particular listado en el que intentamos ilustrar toda la variedad existente en el planeta de los simios. El mono teísta cree en un dios absoluto, omnisciente y omnipotente. La unicidad de su dios, corroborada a sí mismo por un libro también único, le lleva a despreciar a otros dioses o a la que sería su parte contrapuesta: el politeísmo. Una creencia nada desdeñable, dado que si uno está dispuesto a creer en dios, ¿por qué no en dos, en tres o en veinte?

 

El mono teísta sigue los pasos del mono ateo; pues, al igual que este último, tampoco cree en Osiris, en Anubis, en Zeus o en Odín. Por tanto, su liberación de Yahvé, Jehová o Alá anda cerca. O tal vez no. Cree fervientemente en su dios, consciente de que su fe evita que éste se disuelva en la nada, como les sucediera a otros dioses. Algunos de estos peculiares simios matarían por su divinidad, decapitarían a todo mono que no guardara el debido respeto hacia ella. Teniendo en cuenta que, para ellos, la incredulidad es una falta de respeto en si, la cosa no deja de ser inquietante.

 

En realidad, el mono teísta está compuesto por tres monos en uno, enrevesado aspecto teológico que refleja, aparte de la Santísima Trinidad, la fábula asiática de los tres macacos obtusos. El primero se niega a ver, el segundo a oír y el tercero a hablar (en la cultura japonesa se les conoce como “los tres monos sabios” o “los tres monos místicos”, su principal virtud era la ceguera, la sordera y el mutismo que se manifestaba en cada uno de ellos por separado. Un código de conducta de sumisión al poder que abogaba por la prudencia de no ver ni oír la injusticia, ni expresar la propia insatisfacción).

 

En El planeta de los simios, cuando Taylor es conducido a la oficina del ministerio para ser juzgado y analizado por su naturaleza atípica de humano parlante, los tres orangutanes que revisan su caso, con el Doctor Zayus a la cabeza, se niegan a prestar atención alguna a los razonamientos del astronauta. Como los macacos, se tapan ojos, oídos y boca. El mono teísta es experto en eso, en ocultarse así mismo las herramientas necesarias para percibir el mundo sin el recurso de la tradición, de la palabra impuesta por el sacerdote o la figura de autoridad pertinente. El acatamiento de la jerarquía le impide disentir, mientras el patriarcado estrangula su sentido crítico. Si ascendemos por los peldaños de la jefatura llegamos junto al máximo líder, dios, que, curiosamente, es siempre un primate de poblada barba. De género masculino, claro está. ¿Se necesita una prueba mayor para convencerse de que las creencias del mono teísta son una consecuencia, una deformación, un subproducto de la cultura en la que vive?

El mono teísta hará oídos sordos a todo razonamiento contrario a sus ideas, tapará sus ojos para no verlo y su boca se secará ante la falta de argumentos. Lo suyo es la fe, esa cosa contraria a la inteligencia. Temeroso ante el umbral desconocido de la muerte, rezará todos los días y seguirá los preceptos de su religión, por absurdos que sean, para conseguir entrada en un hipotético reino celestial. Cosas de monos.            

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