"Solo se entregan al hastío las naturalezas eróticas, decepcionadas de antemano por el amor"
E.M. Cioran.
Tras haber fumado el cigarrillo numero 10, apura con placer tardío y una pizca de nostalgia su oscura taza de café; ya son las 4:00 a.m. y ella, la vecina espejo de su ventana, no ha prendido las luces...qué pasará?! se pregunta con un dolorcito en la boca del estómago que empieza a incomodarle. -Estará enferma? -Nuevamente el marido, próspero hombre de negocios, la habrá golpeado y obligado a satisfacerlo? No puedo contenerme, tengo náuseas, estoy sudoroso, algo grave está pasando… y si aviso a la policía? y...si timbro ?
Angustiado y como animal en penitencia, invisible va del comedor al baño. Rosita, su señora, duerme a pierna suelta, ronca placentera y egoísta; como adivinando sus intenciones, suelta una sonora ventosidad que atraviesa el espacio y se instala en la nuca del pobre Juan, inmovilizándolo por un instante infinito. Hace tanto tiempo que no se tocan con las miradas, evitando cualquier contacto; ella duerme en el extremo de la cama, él finge dormir en la otra orilla del desierto crematorio.
Por fin la bella vecina le prodiga señales eróticas con la tenue luz de la linterna. Juan se desnuda con impaciencia juvenil, el temor lo excita aún más; su deseo brilla, toma a su "amigo" y sonríe, es solidario no le falla, a Rosita ya no la saluda de pie. La vecina y él se aman con ternura, como adivinando urgencias. Acarician sus propias necesidades, tiemblan, se exploran, se reconocen; vagan por sus cuerpos desnudos, solitarios y felices.
En la habitación conyugal el apuesto marido se toquetea recordando las palabras de Rosita en el motel: Juanito!! es un cornudo polvo triste!!!.
