Cuando llegó hasta Ancla Vieja la noticia de la muerte de camarón, se suspendieron todas las fiestas programadas por aquellos días y muchas coronas de flores fueron lanzadas al mar. Se realizaron los rezos entre lágrimas y ron. Los pescadores entonaron galerones, en los cuales relataban pasajes de la vida de tan popular personaje. Muchas cosas buenas había hecho camarón en Ancla Vieja; restauró con afanoso empeño los antiquísimos libros de la Iglesia y de la Prefectura.
Pero el duelo rodó por el suelo, cuando un día se apareció camarón por el pueblo, vivito y colendo. Todos celebraron por semanas tan grata noticia. Sólo el viejo “hicaco” siguió repitiendo en incansable letanía: “pobre camarón, seguro que se durmió y se lo llevó la corriente”.