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En la parte desconocida de la ciudad, de marginados y aires limpios, de cielos divididos, no dejo de mirar aquel personaje distante y a pocos metros de mí pidiéndole algo que no me pertenece, algo así como su mirada, como una sonrisa, lo que sea que venga de su sentir, pero que se percate de mis sombras cruzando con la suya sin que se toquen.

Hace frío y aun hoy no dejo de escribirle cartas y canciones, de letras también frías, de acordes inexistentes, versos muertos antes de nacer en el papel, más yo le sigo imaginando correr por mi piel y mi humanidad, como sabiendo que yo nunca he amado antes, como saboreando lo que la soledad desechó de mí. Su voz se me hace lejana, pero logra emocionar mis silencios cada vez que se cuela susurrante por entre la ventana, levantando polvo y llegando a mí, quedándose en un anhelo cualquiera.

Para César yo le seré no más que un algo extraño entre los extraños, una nube deshaciéndose, el viento levantando arena, un día más, mientras me lee por las noches cada vez que le llega una carta o un papel repleto de versos torpes y adolescentes, quizá preguntándose quién le escribe de amor, quizá botándome a la basura, es que sólo así logro que él pueda verme sin reflejarse en mis ojos, porque su alma se refleja a través de mis palabras.

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