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Cruzando casualmente la vidriera, sus miradas se encontraron. Fue un flechazo. El perro se aproximó,  agitando caderas y cola, como un rito africano. El hombre hizo el cuchi-cuchi de siempre con el que creía imitar a un bebé. Siguieron un rato.

Ya estaba decidido. Entró al negocio. Cuando el empleado se acercó, le dijo:

 -Una pregunta, ¿A cuánto está el humano?

© Carlos Adalberto Fernández

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