Abunda la tinta, abundan las hojas, abunda el vocabulario, ¿por qué?, por qué tan sólo doscientas palabras. Siento como mi mente se anega de pensamientos, reflexiones ciegas para ojos ajenos, ideas que nunca serán vistas. Se llena el espacio, se gasta el tiempo, van más de cuarenta y todavía no llego a ninguna parte.
Suena el teléfono, gritan en la oficina, yo me escondo, me escondo para escribir algo, lo que sea, estoy por llegar a la mitad, a las cien palabras, las he escrito pero no he dicho nada.
Una letra, dos… siete, vamos vas bien, una palabra. Una, dos… cuatro, bien ya van otras dos. No te asustes, nadie te ve, nadie sospecha. Es difícil escribirlas, se esconden, se escabullen entre mis neuronas, las tengo, las ordeno, puedo decirte que hasta las imagino, y es una lastima porque no tienen sentido.
Es el final, piensa, tiene que ser perfecto. Cincuenta. ¿Sin cuenta? ¿Qué digo? Trato de dibujar la palabra perfecta, aquella que encaje en la frase y le deje un aroma delicioso. Acerco el bolígrafo a la hoja, la mano me tiembla, la tengo, te tengo, no te me vas a ir. No ahora, no en el final.
Fin