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No recordaba a esa caja guardada sobre el último estante del placard. Se le presentó igual a una aparición inesperada. Sintió deseos de revisarla, aunque un repentino desgano lo contuvo, nada más que por un momento. Reprimió el impulso de comprimirla y arrojarla a la basura, lo que hubiese sido saludable para él. En cambio levantó la tapa y observó en el interior un revoltijo de sobres, de carpetas viejas y de hojas amarillentas.

Dos rollos de cartulina, semejantes a diplomas, se sumergían atados con cintas de color rojo. Algunas revistas se apilaban sobre recortes de diarios con la actualidad muerta de otros tiempos. Apenas los observó reparó en la desordenada retrospectiva que contenían de su propia historia personal. Los testimonios más relevantes yacían sintetizados allí.

Se mantuvo contemplativo, hasta decidirse a escarbar con el recelo propio del que teme tocar algo repelente. De un cuaderno asomó una fotografía que lo retrataba  de niño, con sus ojos lánguidos. Por entonces su mirada ya expresaba la melancolía de un ser taciturno como el que siempre fue  De otra foto asomó un rostro liso y sonriente, el suyo de antaño, sobre cuyo retrato lloraron sus ojos dos lágrimas de ausencia. De un cuaderno arrugado leyó unos pocos párrafos dispersos, escritos por la mano de un joven atribulado. Constató fechas y artículos periodísticos referidos a su efímera fama, de hacía cuarenta años, como actor teatral. Su memoria, por muchos años desactivada, comenzó a removerse igual a un batracio que puja por asomar de la tierra. 

Esa caja que emergió inoportuna, le tendió una emboscada y en un segundo quedaron extinguidos todos los olvidos. Fue a pararse frente al espejo y comparó su imagen con la remota impresa en las fotografías. Caminó cansino hasta la cocina. De un cajón retiró la única bolsa plástica que halló de gran tamaño. Sopló para ahuecarla mientras caminaba hacia la puerta de calle. Fuera de la casa, sobre la vereda, se introdujo en la bolsa por la cabeza hasta cubrirse enteramente. Pisó el plástico contra el suelo para esconder los pies y agachado, inmóvil, quedó a la espera del camión recolector de residuos. Un perro ladró apercibido de su presencia oculta, aunque igualmente orino sobre el bulto. El vecino miró extrañado el envoltorio sin percatarse de su contenido.

Ese día el camión recolector no pasó. Entrada la noche abandonó la idea de convertirse en un descarte que pudiese arrojarse al depósito de residuos. Retiró la bolsa de su cuerpo y regresó al interior de la casa con la decisión de botar la caja a la basura para no volver a toparse, otro día cualquiera, con su pasado.

Rene Bacco

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