Yo sólo me acuerdo que el viento soplaba muy fuerte. Levantaba el polvo del suelo arenoso y árido, los adultos corrían a cerrar las puertas de sus casas para que no les entrara basura traída de los cielos, mientras los niños se divertían dentro de los molinos de polvo con apenas pantalonetas y sus pies descalzos.
Mi abuelo estaba en el solar de la casa y preguntó desprevenido qué era tanto alboroto, hasta que vio por entre la ventana volar un pedazo de plástico azul arrancado del techo de la vecina que quedaba diagonal a nuestra casa.
- Esto parece el fin del mundo – dijo –, mientras yo trataba de cerrar la puerta para que no se metiera tanta arena adentro.
Los pájaros se congelaron en su vuelo y algunos tejados fueron arrancados o movidos, volaban ramas de árboles y basura de la calle como si fueran nubes, cayendo leves en las cabezas de la gente.
Luego llegó una gran nube de arena y desechos y arrasó con toda visión, pasando a kilómetros en forma horizontal, hasta que mi abuelo me llamó la atención desde el solar diciéndome que deje de inventar tanta carreta.