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         Se acercaban en tropel, como cimarrones en brusca estampida queriendo ganarle al tiempo y llegar antes que mañana. Era una muchedumbre conformada por lugareños y visitantes. Apenas comenzaba el día y ya quedaban muy pocos espacios por ocupar en la meseta frente al mar. Los más jóvenes bajaban hasta las piedras disputando a los cangrejos los mejores sitios. La brisa movía las bambalinas y banderas colocadas en la improvisada tribuna. En telas y afiches de llamativos colores se podían leer consignas y realizaciones por cumplir.

          Los músicos de la banda soplaban sus metales con entusiasmo, como queriendo que sus notas volaran más allá de la franja que dibuja el horizonte. Los oradores hablaban mucho pero sin convencer a nadie. En lugares especiales se situaron unos señores luciendo en el pecho pequeñas cintas y condecoraciones. Cirilo el barbero y Jesús Guaimaro Díaz desde un lugar bajo los frondosos almendrones comentaban: “Estos señores han ganado muchas guerras o son muy milagrosos, hasta dan ganas de creerles todo lo que dicen”.

          Los barcos aparecieron a lo lejos ordenadamente, primero como pequeños puntos que fueran siguiendo un rumbo ya previsto, unos pocos minutos y ya las naves estaban cerca, sus enormes estructuras eran coronadas por bélicos instrumentos que su diestra tripulación manejaba guardando marcial compostura y llevando con donairosa elegancia sus límpidos uniformes blancos, como merengues de cumpleaños.

          Rápidos aviones cruzaron el cielo lanzando ataques en simulada acción de artillería, la salva de los cañones retumbaba y dejaba por momentos un humo gris que contrastaba con el fondo azul de mar y cielo. La cresta de las olas eran cada vez más relucientes, la bandera tricolor flameaba en lo más alto; era día de fiesta patria.

          Al caer la tarde una suave brisa cruza la meseta casi solitaria, en la costa se escucha un murmullo de resaca y el resplandor de los mechusos son como exhalaciones lanzadas desde los botes que se preparan a partir mar adentro en busca de la pesca diaria, unas veces abundante, otras tan sólo trayendo la esperanza de “otro día será”.

          La luna como viejo farol apareció en el horizonte. A esa hora se alejan Cirilo el barbero y Jesús Guaimaro Díaz  y en esa forma sencilla de decir las cosas comentan ya como despedida: “El hombre ha logrado todo, menos vivir en paz y cuando puede todo lo destruye…”. Y por ahí se fueron parloteando entre las sombras.

A.M.

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