Estoy en un hospital y quiero relatar lo que me sucedió para que el lector este prevenido.
Sufro una terrible enfermedad que me aqueja desde hace varios años.
Ataca silenciosamente, por eso su poder destructivo; corrompe lentamente las células del cuerpo.
Como suele ser hereditaria, siempre supe que la tendría, por eso mi lucha por retardar sus efectos.
Buena alimentación, ejercicios diarios, nada de alcohol, todo fue en vano, su progresión fue inevitable.
Primero me afecto el rostro, algo que hasta ahora no he podido sobrellevar. Luego se expandió a los órganos.
A esta altura me están afectando los huesos. Si pudiera llorar sería un alivio, pero me siento ridículo haciéndolo.
Como esta enfermedad no es deseada por nadie, estoy aislado.
Esta mañana es muy especial, quiero caminar hasta el patio para tomar un poco de sol, ya que hace varios meses que no lo hago.
Me incorporo lentamente de la cama, siento que es toda una proeza. Luego tomo mi bastón que siempre me acompaña incondicionalmente.
El dolor de mis articulaciones es profundo pero el destino vale la pena. Abro la puerta y todo parece normal. Continúo con mi empresa.
El pasillo es largo pero no importa. De repente caigo al suelo, un desnivel del suelo lo provoca.
Un joven muchacho me ayuda a levantarme. Le respondo cordialmente:
- Gracias hijo.
No sé si me entendió, ya que mi voz no es muy clara.
Sigo caminando cuando inesperadamente escucho a alguien decir a mis espaldas:
- ¡Pobre viejo!. Da lástima.
Supe de inmediato el diagnostico de mi enfermedad. Un par de lágrimas se escurrieron por mi rostro, no lo voy a negar.
Al final llegue a donde quería, un pequeño banco al lado del árbol más grande y con el sol de frente, mientras tanto pensaba “que cruel final tiene el hombre asignado"...