Había una vez un niño recién nacido al cual sus padres lo abandonaron. Un Dios mexica lo vio y pensó – pobre niño ha de tener mucho frío –ese Dios mexica le dio una manta de tres colores el verde de esperanza, blanco de pureza y rojo de unidad.
Aquel niño creció y la manta aumentaba de tamaño de acuerdo a su estatura, lo llamaron México en honor a los mexicas. Era tan bueno que a toda la gente le daba comida y hogar. Todos sus descendientes fueron conocidos como mexicanos. Aunque lo han lastimado, herido y pisoteado, sigue con la frente en alto cobijando, protegiendo y otorgándole un sentido de honor a todos los que con orgullo podemos decir: Soy mexicano y por eso soy afortunado.
David Tonatiuh Suárez Ortiz