Como era tradición en muchos de los ríos del mundo antes de la construcción de los puentes, unir ambas orillas con una balsa. No solo estaba preparada para el traslado de pasajeros, también se le ofrecía servicio a los pequeños carruajes. Todos los días en horarios ya establecidos, la balsa “El Nacional” procedía al cruce del río San Salvador, que en condiciones normales demoraba unos quince minutos.
En ambas orillas, estaba preparado un pequeño muelle de troncos, para facilitar el acceso de los pasajeros a la balsa, junto a una rampa de carga y descarga de carruajes. Juan era su encargado. Como suele suceder en toda pequeña sociedad, hubo quejas sobre el funcionamiento de dicho servicio.
El diario local “El Pueblo” comentó dicha disconformidad. Esos entredichos se manejaron por largo tiempo. Todo volvió a la normalidad, hasta que un día debía utilizar el servicio con su carruaje el administrador del periódico. Juan que tenía buena memoria, se acerca al honorable señor y le dice: “Mire amigo, Ud. debe procurar tener mejor información para publicar tales cargos contra mi persona, siendo inoportunos y estériles; por lo tanto agradezco retire su carruaje, y busque otra balsa que a su criterio le sea más competente.”
Como dos buenos caballeros se dieron la mano, con la debida excusa del administrador, y la mirada satisfecha del balsero. Con los años la vida los unió en familia, siendo consuegros, y grandes amigos.