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         Familia numerosa la de Don Pancho, mujer y seis hijos.- Pero eso no era nada. En la pequeña fracción y en su rancho, lo acompañaban un perro, una vaca lechera, varias gallinas, un tero, y algún gato agregado de los vecinos.-

    Don  Pancho de oficio alambrador,  pasaba varios días de la semana fuera de su casa, porque así el trabajo lo requería, y allí estaba él.- Su mujer de estatura mediana, era la que hacía prácticamente los trabajos diarios del hogar.- Su hijos pequeños aún, ayudaban a juntar los huevos del gallinero, darle de comer al perro cuando había, y los mayorcitos concurrían a una escuela que estaba a dos kilómetros de su rancho.-

    Todas las mañanas, Juanita, como la nombraba su esposo Pancho, ordeñaba la vaca, la cambiaba a un lugar donde había más pasto, y con mucho cuidado juntaba la nata de esa leche, para poder hacer la manteca, que sería el alimento en horas de la tarde para sus hijos.-

     Lavar la ropa de la familia, no era cosa sencilla, ya que eran ocho los que la integraban.-  No era fácil tener comida para todos, y para todos los días. Muchas veces se iban a la cama con un jarro de leche bien caliente, y un pan con manteca.-

   Bueno, me olvidaba, también había un pequeño horno al lado del rancho, que por lo menos una vez por semana se preparaba el pan casero, y se trataba de reservarlo para el resto.-

   Juanita no tenía parientes, y los que la visitaban eran los vecinos que estaban más cerca.-

    La llegada de Don Pancho el fin de semana, era toda una fiesta.- Generalmente traía un trozo de carne, regalada por el patrón donde  trabajaba, y si por casualidad había carneada, ligaba achuras y la cabeza del ganado.    La carne no era de todos los días en ese hogar, y cuando  la había, se trataba de darle el mejor uso.    Sentados alrededor de la mesa, Don Pancho escuchaba los relatos de su esposa y de sus hijos.- La lechera se puso mañosa, comenta Juanita, y allá salta el mayor de los  hijos, “el perro casó una rata, y el gato de la vecina se la quería quitar”-

   “¿Como anduvieron en la escuela?, pregunta el padre, ¿hicieron los deberes?, no le dieron trabajo a su madre”. Se hace un silencio, y uno de los chicos, se pone a llorar.- “¿Que pasa mi negrito?, le dice el padre”.  Entre llantos y desconfianza, confiesa que por quedarse a jugar con un amigo de la escuela,  llega tarde a su casa, y sus quehaceres que tenía designado, los tuvieron que hacer sus otros hermanos más chicos.   “Eso está muy mal”, comentó el padre. “Tú eres el mayorcito, y cuando yo no estoy me debes representar”.   Todo volvió a la normalidad, y Don Pancho, comienza con sus historias vividas en la estancia “La bien dormida”.-

    Un nuevo silencio se hizo en la mesa, y los relatos, no se hicieron esperar.-

“Cuando llegué me recibió el capataz, hombre de pocas palabras, pero muy derecho”.- “Empiece por aquel potrero, me dijo”, “pero tenga cuidado con el toro, que es un poco nervioso”.-

   “El patrón no está en la estancia según me dijeron, andaba de viaje.- Por la noche, me ubicaron con los demás peones, en un galpón para dichos fines”.-

   “Por la mañana me invitaron a visitar la cocina de la peonada, y pegarle un tajo a un asado de cordero, que estaban preparando.- Mate amargo, y una galleta, traída del pueblo, fue el complemento de esa mañana”.-

   “A medio día llaman a comer, y un exquisito guisado de arroz, es el plato principal.- Entre los peones había un mulato, que según él, era el mejor domador de la zona.- Sus compañeros se rieron, pero no dudaron de su confesión”.-

   El hijo menor no aguantaba la curiosidad, y le pregunta, si no había mujeres en esa estancia.- “Por supuesto que las hay, dijo Don Pancho,  pero son propiedad privada,” dejando entrever una suave sonrisa.   Su esposa Juanita, pregunta, para cuanto tiempo sería el trabajo en dicha estancia.- “Bueno, responde Don Pancho”, “recién terminé el primer potrero, y por lo que me indicó el capataz, había tres más para arreglar”.-

    Se vuelve hacer un silencio, y la dueña de casa invita a comer.- Hoy es un día especial, comentó, tenemos asado con achuras, y no debemos dejar que se enfríe.-

   El rancho iluminado con un farol a kerosene, irradiaba una paz familiar un amor por sus hijos, y algo más importante, ¡muy pobres!, pero con la dignidad del trabajo, el respeto a la vida, y la unión familiar.-

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